Don Quesón era famoso, rico y, sobre todo,
confiado. Cuando otros ratones le sugerían innovar o lanzar nuevos productos,
él se reía con esa risa que solo tienen los roedores adinerados: “¿Para qué?”,
decía mientras se limpiaba las migas de la barba con una servilleta bordada.
“¡Mi queso rancio es eterno!”.
Pero ya sabemos que en los negocios, como en
los cuentos de queso, la eternidad es una ilusión con fecha de vencimiento.
Un buen día (bueno para todos menos para Don
Quesón), un nuevo roedor llegó al pueblo: Doña Mozzarella, una ratona
cosmopolita que venía de Ratitália. Traía consigo una carretilla con bolas de
mozzarella fresca, finas lonchas de provolone y hasta queso azul con acento
francés. El aroma se esparció por el pueblo y, en cuestión de días, los ratones
que hacían cola por el Queso Rancio comenzaron a explorar nuevos sabores. “El
mundo no se acaba en el olor a pies”, decían con entusiasmo mientras saboreaban
un brie suave con nueces.
Don Quesón, al principio, no se preocupó.
“¡Bah! Eso es una moda. Como los spinners o el yoga para gatos”. Pero las
ventas comenzaron a caer. Luego, llegaron las reseñas negativas: “Muy fuerte
para mi paladar”, “no apto para ratones con novia”, “el queso rancio huele a
divorcio”.
Entonces, como suele pasar, vino la crisis
de reputación.
Todo empezó con un video viral en RatTok: una
rata influencer mordía un Queso Rancio, salía volando por el olor, y caía
desmayada sobre una rueda de gouda. El video acumuló millones de vistas, y la
marca de Don Quesón se convirtió en meme: “El perfume de Don Quesón”, decían,
“ideal para espantar gatos y suegras”.
El caos fue total. Los distribuidores
cancelaron contratos. El banco de ratones congeló cuentas. Y, lo peor, su
sobrino Gorgonzalito, que lo idolatraba, cambió su foto de perfil en Ratstagram
por una mozzarella.
Desesperado, Don Quesón convocó una junta de
emergencia con sus ratones consejeros. Después de gritos, llantos y una breve
pelea con quesitos lanzados como shurikens, uno de los consejeros, el sabio
Ratón Pérez, le dijo:
—Mire, Don Quesón, usted construyó un imperio
sobre una sola rueda. Pero incluso los quesos más firmes necesitan un buen
acompañamiento. Pan, uvas… ¡diversificación!
—¿Y qué hago ahora? —preguntó Don Quesón, con
los bigotes alicaídos.
—Maneje la crisis. Primero, admita que su
queso puede no gustarle a todos. Lance una campaña con humor. Use el meme a su
favor. Y luego… reinvéntese. Amplíe su portafolio. Explore los quesos suaves,
los untables, ¡hasta una línea sin lactosa!
Cómo se salvó Don Quesón
Don Quesón escuchó. Lloró (sí, porque los
ratones también lloran), pero escuchó. Publicó un video en el que aparecía con
una pinza en la nariz diciendo: “Mi queso es fuerte, pero mi amor por
Quesolandia es más fuerte aún”. Lanzó la campaña “Un queso para cada ratón”,
donde presentó nuevos sabores: Queso Primavera, Queso Vegano de Almendras y
hasta Queso con Chispas Dulces para los pequeños roedores.
La respuesta fue abrumadora. Volvió a ganar terreno. Usó la crisis como trampolín, y lo que pudo haber sido su caída se convirtió en una reinvención. De paso, creó una línea de perfumes con aroma a queso rancio… pero eso ya es otra historia.
Lecciones de un ratón testarudo (pero
valiente)
1.
No pongas todos tus quesos
en una sola cava. La diversificación es más que moda: es
estrategia de supervivencia. Dependiendo de un solo producto, una empresa queda
expuesta a cambios del mercado, nuevas tendencias o simples transformaciones en
los gustos del consumidor.
2.
La crisis no siempre es el
fin, pero sí una alarma. Lo que Don Quesón vivió es
el equivalente a una llamada de atención que muchas empresas reciben demasiado
tarde. Saber leer los cambios, escuchar al cliente y ser flexible, puede
convertir una debacle en un punto de inflexión positivo.
3.
El humor salva marcas. En tiempos de crisis, una respuesta auténtica, creativa y hasta
graciosa puede redirigir la narrativa. Las empresas que logran reírse de sí
mismas, sin perder la humildad, conectan con sus audiencias de forma emocional.
4.
Una buena reputación no se
basa solo en un producto, sino en la capacidad de adaptarse. Los consumidores no son fieles solo a lo que compras, sino a cómo
reaccionas cuando las cosas se tuercen.
Reflexión final: el queso que no cambia, se
pudre
Esta historia, aunque con ratones parlantes y
quesos estrafalarios, refleja una verdad del mundo empresarial: la dependencia
de un solo producto es como caminar por una cuerda floja con los ojos vendados
y los oídos tapados. Puede que avances unos pasos… pero basta un soplo de
viento —o una mozzarella innovadora— para que todo se tambalee.
