CONFLICTOS

 

En una oficina ubicada en el sexto piso de un moderno edificio de vidrio en la ciudad de Monterrey, algo ardía más que el café recalentado en la sala de descanso: el ego del jefe de marketing.

Todo comenzó un lunes, de esos que parecen escritos por Kafka: grises, retorcidos y con un toque de absurdo. El community manager de la empresa, un joven entusiasta llamado Paco, publicó en redes sociales una imagen promocional con una frase algo… desafortunada. Tan desafortunada como invitar a tu ex y a tu actual pareja a la misma fiesta sorpresa.

La imagen mostraba a una mujer con un café en la mano y el lema:
"Porque tu lugar está en la oficina, no en la cocina."

Sí, lo leíste bien. Y sí, las redes explotaron como palomitas en aceite hirviendo.

Twitter, Instagram, TikTok y hasta LinkedIn se convirtieron en campos de batalla. Los usuarios exigían explicaciones, disculpas, boicots. La reputación de la marca, construida con años de campañas cuidadas y slogans inclusivos, empezó a arder como un pajar bajo el sol del mediodía.

Y aquí entra en escena nuestro protagonista: Don Arturo, director de marketing, hombre de trajes italianos, corbata ajustada y ego del tamaño de un estadio de fútbol.

Cuando le contaron del problema, no lo pensó dos veces. Ni lo pensó una.
Reunió al equipo, se paró en el centro de la sala como general antes de la batalla y soltó su orden:

—¡No borren nada! ¡El que se ofenda es porque no entendió el mensaje! Vamos a responder con firmeza. ¡Que aprendan que no somos unos tibios!

Paco tragó saliva. Todos sabían que la crisis requería un extintor… pero Don Arturo trajo un bidón de gasolina y un encendedor.

Cómo prender fuego a tu propia marca (en tres simples pasos)

La cuenta oficial de la empresa respondió con un mensaje que, si lo ves bien, podría estar escrito en piedra en el museo de los errores de marketing:

"Lamentamos que algunas personas malinterpreten nuestro mensaje. Si se sienten ofendidas, tal vez el problema no es el mensaje, sino su forma de ver el mundo."

La gente se indignó aún más. Las capturas de pantalla volaban como avispas enojadas. Influencers, periodistas y hasta un exministro de igualdad se unieron al festín de críticas. Era como ver a alguien tratar de apagar un incendio en una gasolinera con una antorcha olímpica.

Don Arturo no se detuvo ahí. Dio entrevistas, defendió la campaña en televisión y comparó la reacción de la audiencia con una “cultura de cristal”.
¿Resultado?
Hashtag #AdiósArturo en tendencias durante dos días.

Clientes cancelando contratos.

Tiendas devolviendo productos.

Accionistas haciendo llamadas nerviosas desde yates.

La empresa, que hasta el viernes era vista como una marca moderna y comprometida, ahora parecía sacada de un comercial de los años 50.

¿Qué habría pasado si usaba agua en lugar de gasolina?

Ahora, hagamos un pequeño experimento mental. Imaginemos que Don Arturo hubiera respondido de otro modo. Digamos… como un líder que entiende que una crisis de reputación es un incendio emocional que requiere calma, empatía y estrategia.

¿Qué habría pasado si su primera respuesta hubiese sido algo como esto?

"Reconocemos que nuestro mensaje fue inapropiado. Pedimos disculpas a quienes se sintieron ofendidos. Estamos revisando nuestros procesos internos para que esto no vuelva a ocurrir."

¿El fuego habría desaparecido de inmediato? Tal vez no. Pero al menos no le habríamos echado queroseno. La gente habría visto un gesto de humildad, una señal de que la empresa es capaz de reconocer errores y crecer. Eso humaniza. Eso conecta.

Como decía mi abuela: “Cuando rompes un plato, no sirve culpar al suelo.”

Apagar el fuego con agua: lo que hace un buen líder

El manejo de crisis requiere lo que en cocina llaman “temperatura controlada”. Ni frío ni hirviendo. Lo justo para cocinar el problema sin quemar el restaurante.

Un buen líder, ante una crisis, debería:

1.   Escuchar antes de reaccionar.

2.   Reconocer el error.

3.   Actuar con humildad.

4.   Humanizar a la marca.

5.   Tener un protocolo.

La moraleja: cuando el ego manda, la empresa tiembla

Don Arturo fue finalmente apartado del cargo. No por el error inicial —que fue grave—, sino por su incapacidad de reconocerlo y manejarlo con inteligencia emocional.

La empresa tardó seis meses en recuperar algo de su reputación. Invirtió millones en campañas, contrató especialistas en crisis, reestructuró su equipo de comunicación. Pero como dice el refrán: “es más fácil derribar una reputación en minutos que construirla en años.”

Paco, por cierto, fue quien propuso la idea de contratar a una consultora de comunicación para rediseñar el tono de la marca. Hoy, es el nuevo director de contenidos.

Y Don Arturo… bueno, él ahora da charlas motivacionales con el título:
"Lo que no debes hacer en una crisis: mi historia."

Conclusión: liderar es apagar incendios, no avivarlos

Dirigir una empresa es como ser el capitán de un barco. Cuando hay tormenta, no gritas a la tripulación ni rompes el timón. Calmas a la gente, revisas la brújula y mantienes el rumbo.

Una crisis de reputación no es el fin del mundo, pero sí puede ser el fin de una marca si no se maneja con cabeza fría y corazón abierto.
El líder que responde con rabia solo multiplica el daño. El que responde con empatía y estrategia, construye puentes incluso entre cenizas.

La próxima vez que una empresa enfrente una crisis, que recuerde esta historia.
Porque si algo aprendimos con Don Arturo es que…

...cuando el jefe trae gasolina al incendio, lo único que se apaga… es la empresa.