Había una vez —y no es un decir— un señor
llamado Tito Escarpeta, un panadero de barrio con una habilidad legendaria para
amasar pan, pero con una torpeza financiera que rozaba el nivel olímpico. Don
Tito era tan querido en el vecindario que incluso los perros callejeros se
sentaban fuera de su panadería esperando que les cayera un pedazo de bizcocho.
Pero lo que nadie sabía
—excepto su contadora, su esposa y, eventualmente, la entidad bancaria local—
era que Don Tito estaba criando gremlins. Sí, gremlins. No de esos peludos y
tiernos como Gizmo, sino de los otros: los que se multiplican si les cae agua,
si les das de comer después de medianoche, o, en su caso, si pagas el mínimo de
la tarjeta de crédito creyendo que “total, eso se va arreglando solo”.
Todo comenzó con una
inocente decisión: contratar un servicio de “marketing digital para panaderías
artesanales” ofrecido por un joven de peinado invertido y vocabulario críptico
(“funnels”, “engagement”, “tráfico orgánico”, y no, no era marihuana). Don Tito,
sin entender mucho, firmó el contrato financiado a 12 cuotas sin interés... que
terminaron teniendo más interés que una telenovela turca.
Luego vinieron los
pequeños créditos para renovar el horno, el nuevo sistema de pedidos por
WhatsApp, el toldo rojo “tipo europeo” que costó como si lo hubiese fabricado
Versace, y claro, el préstamo “puente” que ofrecía la financiera “Rápido y
Furioso S.A.”, cuyos intereses eran tan rápidos como furiosos.
Hasta aquí, el lector
podría pensar: “Bueno, Don Tito está invirtiendo en su negocio”. Y sí, ese fue
el autoengaño más grande desde “solo una cerveza”. Pero lo peor fue que nunca
paró a mirar cuánto
debía. Cada gasto era un gremlin alimentado con pizza a las 2 de la
mañana.
Una tarde lluviosa
—porque estas historias siempre tienen una tarde lluviosa—, llegó una carta del
banco. No un email, ni un mensaje por WhatsApp. No. Una carta con sobre y
sello, lo cual, en el siglo XXI, ya es una señal apocalíptica. La abrió con
manos llenas de harina y descubrió que estaba oficialmente en mora con tres
créditos, y que la panadería “El Pan de Cada Día” estaba a punto de ser
embargada.
La crisis de reputación
no se hizo esperar. Al día siguiente, alguien publicó en Facebook:
“¡Qué tristeza! Don Tito está quebrado. ¿Qué
vamos a hacer sin su pan de maíz?”
Y como las redes sociales son el equivalente digital de gritar en una plaza, el
rumor se regó como mantequilla caliente.
Entonces, lo
inevitable: la clientela empezó a disminuir. Unos por lástima, otros por miedo
a que la panadería cerrara y les quedara debiendo sus encargos de roscas
matrimoniales. En una semana, la panadería tenía más visitas del cobrador que
de clientes.
Fue allí donde apareció
Carmen: la esposa de Don Tito y su contraparte perfecta. Carmen era contadora,
amante de las planillas Excel, y tenía una mirada que podía derretir plomo si
el plomo debía plata. “¡Tito!”, exclamó un domingo por la tarde mientras hacía
una auditoría con una calculadora y una taza de té. “¿Vos sabés qué estás
haciendo, verdad? ¡Estás criando gremlins con la chequera!”
Don Tito bajó la mirada
como un niño que rompió el florero, pero Carmen no estaba allí solo para
retarlo. Estaba lista para rescatar la panadería y su reputación. Y así,
comenzó la verdadera historia: la gestión de la crisis.
Lección
1: Identificá a tus gremlins
El primer paso fue
poner nombre y apellido a cada deuda, tal como si fueran enemigos en una novela
de fantasía:
·
“Tarjeta
del horno”: $3.200
·
“Préstamo
toldo Versace”: $5.500
·
“Publicidad
digital del muchacho moderno”: $2.800
·
“Café
que le invitaste al gerente del banco creyendo que eso iba a ayudarte”: $6
Don Tito se dio cuenta
de que tenía un ejército entero de pequeñas deudas que, al juntarse, parecían
una invasión zombi.
¿La
enseñanza?
Si no sabés cuánto debés, no podés tomar decisiones. Lo primero que hizo Carmen
fue hacer un mapa financiero. Y sí, incluía dibujitos de gremlins.
Lección
2: Comunicación transparente y estratégica
A la par de las
finanzas, vino el golpe de efecto: un video en redes sociales, filmado por el
sobrino de Carmen (experto en TikTok), en el que Don Tito explicaba —con humor
y sinceridad— lo que pasaba.
El video comenzaba así:
“Hola, soy Don Tito,
panadero y criador de gremlins financieros. Hoy quiero contarles cómo casi
pierdo mi panadería por pagar el mínimo en la tarjeta y confiar en un
influencer que no sabía diferenciar entre levadura y levante.”
Fue un éxito. La gente
no solo lo perdonó, ¡volvió en masa! Porque entendieron que Don Tito era
humano, que se había equivocado, pero que ahora estaba asumiendo con
responsabilidad la situación.
¿La
enseñanza?
La transparencia, el humor honesto y la humildad son las mejores armas para
gestionar una crisis de reputación.
Lección
3: No todo se arregla con pan caliente
Carmen se encargó de
renegociar las deudas, eliminar servicios innecesarios y crear un nuevo sistema
de control financiero. Don Tito, por su parte, aprendió que no todo se
soluciona con “regalito al cliente” o “fiar hasta el viernes”. El sistema
incluía controles semanales, presupuesto mensual, y algo revolucionario: decir
“no” a gastos innecesarios.
Incluso aprendió una
nueva palabra: flujo
de caja (que él creyó al principio que era una nueva receta de
postre).
Epílogo
con aroma a pan
Un año después, “El Pan
de Cada Día” no solo había saldado sus deudas, sino que ganó el premio a la
“Panadería con mejor presencia digital del barrio”. El mismo joven marketero
—ahora con corte mohawk— volvió a ofrecer sus servicios, pero esta vez Carmen
le pidió su plan financiero antes de aceptar cualquier propuesta.
Y Don Tito... bueno, él
todavía amasa pan. Solo que ahora no solo pesa la harina: también pesa cada
centavo. Ah, y su nuevo eslogan es:
“No
alimentes tus deudas después de medianoche.”
Reflexión
final: la reputación, ese pan delicado
Como ves, querido
lector, una deuda puede parecer inocente al principio, pero si no la vigilás,
se convierte en un gremlin sediento de billetes. Pero más allá del dinero, lo
que realmente estuvo en riesgo fue la reputación de Don Tito, ese activo
invisible pero poderoso.
La clave estuvo en:
·
Reconocer el problema,
·
Actuar con
transparencia,
y
·
Tener un plan serio (y
una Carmen en tu vida, si podés).
Porque en el mundo de
los negocios, cometer errores no te hunde. Lo que te hunde es fingir que no
pasó nada... o alimentar a los gremlins.
