Había una vez un empresario visionario, llamado
Fernando, quien decidió lanzar su propia empresa de fabricación de muebles de
lujo. Su entusiasmo era desbordante, y estaba convencido de que su producto
revolucionaría el mercado. Su lema: "Más grande, más ostentoso, más
innovador". Su error: no pensar en lo que realmente sostenía su ambiciosa
propuesta.
Desde el inicio, su estrategia fue arriesgada.
La empresa lanzó un espectacular sofá que, según Fernando, era "el
equivalente a un trono para los reyes modernos". Lo publicitó con imágenes
de magnates relajándose en él y campañas donde modelos bebían champán sobre su
acolchonada superficie. Todo parecía perfecto… hasta que el primer lote llegó a
los clientes.
Lo que nadie había previsto era que el sofá,
aunque visualmente imponente, tenía una estructura débil. Parecía sólido, pero
en realidad estaba fabricado con un tipo de madera liviana y uniones endebles.
A los pocos días de uso, comenzaron las tragedias: una empresaria importante
cayó de espaldas al piso cuando su respaldo se venció, otro cliente denunció
que el reposabrazos se desprendió en plena reunión con inversionistas, y
alguien incluso reportó que su gato, con un simple salto, había derrumbado la base
del sofá como si fuera un castillo de cartas. Los memes no tardaron en
aparecer. Internet explotó con burlas y comentarios del tipo: "¡Sofás que
te empujan al fracaso, cortesía de Fernando!"
Ante la crisis, Fernando reaccionó de la peor
manera posible: intentó ignorarlo. Luego, cuando las quejas llegaron a la
prensa, culpó a los clientes por "usar mal el producto". Finalmente,
en un acto desesperado, sacó una nueva campaña de publicidad con el eslogan:
“Un sofá no es para sentarse, es para admirarse”. Fue entonces cuando la
empresa cayó en picada. Las ventas desaparecieron, los distribuidores
cancelaron sus contratos, y en cuestión de meses, su gran idea se convirtió en
una historia de advertencia.
Si Fernando hubiera manejado la crisis con
transparencia y humildad, quizás la historia hubiera sido diferente. Un simple
comunicado de disculpa, seguido de mejoras en los materiales y una estrategia
de servicio al cliente efectiva, podría haber convertido la debacle en una
oportunidad para fortalecer la marca. Pero en lugar de reconstruir los
cimientos de su castillo, intentó seguir decorando las torres mientras todo se
desmoronaba.
Así terminó la corta, pero explosiva
trayectoria de Fernando. Su proyecto cayó como un castillo de naipes porque
nunca se preocupó por la base.
