Había una vez, en una ciudad donde el calor
hacía que los semáforos se derritieran como queso, una empresa de reparaciones
de aire acondicionado llamada “FRIOTEC”—una marca noble cuyo único pecado fue
contratar al cuñado del dueño para hacer el logo. El susodicho, un entusiasta
de la arqueología y devoto fan de las series egipcias, decidió que un buen logo
debía tener misterio, profundidad simbólica… y al menos tres formas geométricas
que nadie pudiera descifrar sin un doctorado en criptografía.
Y así nació el logo más incomprensible de la historia.
🔺 Un triángulo invertido
dentro de un círculo, cruzado por una línea zigzagueante que, según el
diseñador, “representaba la lucha del frío contra el calor”. 📐 ¿Qué veía la gente? Una trampa de ratón alienígena. 📦 ¿Qué pensaba el público? Que era una marca de cajas
esotéricas o algún culto del refrigerador eterno.
La debacle comenzó cuando instalaron el cartel
en la fachada del local. La gente pasaba, miraba el símbolo y se encogía de
hombros. Algunos llegaban a entrar, pensando que era una tienda de tarot. Un
señor mayor entró buscando una consulta sobre su reencarnación y salió con un
presupuesto de instalación de aire acondicionado. El negocio se convirtió en
una especie de atracción turística del desconcierto: “¡Vamos al local del logo
raro!” decían los adolescentes, como quien visita la casa embrujada.
Un logo es como el timbre de una casa. Si
parece un electroshock, nadie lo toca. Cuando la empresa empezó a perder
clientes que no entendían si vendían aire acondicionado o talismanes
anti-calor, comenzó a gestarse una crisis de reputación. Los comentarios en
línea eran oro puro para comediantes, pero plomo para los ingresos.
Uno decía:
“No sé qué hacen, pero ese símbolo me recordó a
mi examen de geometría en el colegio. Y yo reprobé.”
Otro comentaba:
“Si me dieran un dólar por cada vez que intenté
entender el logo, ya tendría para pagarle a otra empresa.”
Después de un mes de silencio gélido en las
ventas (literalmente), el dueño decidió tomar cartas en el asunto. Contrató a
una diseñadora gráfica con experiencia en marcas y reputación. Ella, tras ver
el logo, simplemente dijo:
“Esto parece una señal de advertencia en
Marte.”
Y así comenzó el rebranding. No sólo cambiaron
el logo, sino que hicieron algo que pocas empresas se atreven a hacer: reconocer el error públicamente con
humor.
En sus redes, publicaron un video titulado “Decodificando nuestro logo: lo que
quisimos decir y lo que el mundo entendió”. En él, mostraban
encuestas con respuestas delirantes sobre el significado del símbolo original.
Luego, presentaban el nuevo diseño: una imagen clara de un pingüino abrazando
un aire acondicionado con gafas de sol. Sencillo. Divertido. Memorables. ¡Un logo
que decía “somos fríos y simpáticos” sin necesidad de subtítulos!
La estrategia funcionó como un ventilador
turbo: los comentarios cambiaron de tono.
“Por fin entiendo quiénes son. ¡Y quiero
contratarles solo por el pingüino!” “Qué buena forma de convertir un fail en
una marca aún más humana.”
Las ventas repuntaron y FRIOTEC pasó de ser el chiste del barrio a ser el proveedor oficial de frescura de toda la zona.
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Un
logo no debe ser una adivinanza. Si un diseño requiere explicaciones, necesita
revisiones.
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La
reputación de una marca no está en ser perfecta, sino en saber reponerse cuando
se equivoca.
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Reconocer
errores con autenticidad (y un poco de humor) genera empatía y recupera la
confianza.
Gestionar una crisis es como resucitar una
planta marchita: si riegas con honestidad, florece. Y como en esta historia, un logo puede ser una puerta o un muro.
Tú decides cuál construyes.