TRABAJO REMOTO

En un pequeño pueblo en donde todos se conocían, un grupo de amigos que decidió formar un equipo de fútbol amateur para competir en el torneo local. No eran los más talentosos, pero tenían corazón y una pasión desmedida por el juego. Entre ellos estaba Carlitos, el líder autoproclamado, quien juraba que su estrategia de “patear fuerte y correr detrás del balón” era infalible. Luego estaban Marisa, la única que entendía las reglas; Juancho, que siempre llegaba tarde porque se entretenía alimentando a las gallinas de su patio; y Doña Rosa, la abuela del grupo, que se unió porque “quería mantenerse activa” y porque siempre llevaba las mejores galletitas caseras al entrenamiento.

El equipo funcionaba bien en su pequeño mundo. Cada sábado se reunían en la canchita del barrio, con el césped a medio cortar y las líneas del campo dibujadas con tiza que se borraba con el primer viento. Ganaban algunos partidos, perdían otros, pero siempre terminaban riendo y compartiendo una gaseosa tibia bajo el sol. Hasta que llegó el gran cambio: el torneo anunció que, por primera vez, los partidos se jugarían de manera “remota”. No en un campo físico, sino en un videojuego de fútbol online. “Es la modernización del deporte”, dijo el organizador, “¡todos tienen que adaptarse!”.

Aquí es donde la cosa se puso interesante… y un poco desastrosa.

El Día en que…

El primer entrenamiento remoto fue un caos absoluto. Carlitos, con su entusiasmo habitual, llegó a la videollamada con su vieja computadora, que tardaba cinco minutos en cargar cualquier cosa. Cuando por fin logró conectarse, levantó su control de videojuego como si fuera un trofeo y gritó: “¡Estoy listo para patear goles desde mi living!”. El problema fue que, en lugar de un control, sostenía el mate que había estado tomando toda la mañana. Marisa, con la paciencia de una maestra de primaria, le explicó: “Carlitos, eso no sirve para jugar. Necesitas enchufar el joystick”. Carlitos, ofendido, respondió: “¿Joystick? Yo pateo con el alma, no con botones”.

Mientras tanto, Juancho apareció en la llamada con un fondo lleno de gallinas cacareando. “No pude cerrar la puerta del gallinero, chicos, disculpen el ruido”, dijo mientras intentaba conectar su consola. Pero su internet, que dependía de una antenita improvisada en el tejado, se cortaba cada dos minutos. “Es como si las gallinas estuvieran boicoteando mi señal”, se quejó. Y Doña Rosa… bueno, ella pensó que “jugar online” significaba sentarse a tejer frente a la pantalla mientras los demás hacían todo. “Yo los apoyo desde acá con mis galletitas virtuales”, dijo, mostrando un plato de bizcochos que, obviamente, nadie podía probar.

El equipo estaba perdido. No entendían cómo funcionaba el juego, no sabían coordinarse a través de auriculares y, lo peor de todo, se resistían a dejar atrás su vieja forma de hacer las cosas. Carlitos insistía en que “el fútbol de verdad no necesita cables”, mientras Marisa intentaba explicarles que la transformación digital no era una opción, sino la única manera de seguir en el torneo.

El Asado que No Se Cocina Solo

Pensemos en esto como un asado familiar. Antes, todos se reunían alrededor de la parrilla, el fuego crepitaba, y cada uno tenía su rol: uno cortaba la carne, otro avivaba las brasas, y el tío molesto contaba chistes malos. Pero imagina que un día te dicen: “Ahora el asado es remoto. Tienen que cocinar desde sus casas y coordinarse por videollamada”. Si sigues esperando a que alguien prenda el fuego por vos o te niegas a aprender a usar el horno eléctrico, te vas a quedar con hambre. El equipo de Carlitos era así: querían seguir jugando como si estuvieran en la canchita, sin darse cuenta de que las reglas habían cambiado.

En el mundo laboral pasa lo mismo. La pandemia y los avances tecnológicos nos obligaron a muchos a trabajar desde casa, a usar herramientas como Zoom o Google Drive, y a adaptarnos a un ritmo que no depende de estar todos en la misma oficina. Las empresas que se resistieron, como nuestro equipo de fútbol, terminaron perdiendo el partido. Según un estudio de McKinsey de 2021, las organizaciones que invirtieron en transformación digital durante la crisis crecieron un 20% más rápido que las que no lo hicieron. La flexibilidad no es solo una moda; es una necesidad para sobrevivir.

El Primer Partido

Llegó el día del primer partido online. El equipo rival, unos chicos jóvenes que parecían haber nacido con un control en la mano, estaba listo para arrasar. Carlitos, después de tres días peleándose con el joystick, logró entender que el botón X servía para pasar la pelota. “¡Esto es fácil!”, gritó, justo antes de presionar el botón equivocado y mandar un pase perfecto… al equipo contrario. Gol en contra en menos de 30 segundos. Juancho, que por fin había estabilizado su internet, se desconectó en el medio del partido porque una gallina se subió a la antena. Y Doña Rosa, bendita sea, seguía tejiendo y gritando “¡vamos, chicos!” sin tocar el juego.

Marisa, la única que había practicado, marcó un gol, pero no fue suficiente. Perdieron 5-1. El chat del torneo explotó de burlas: “¿Qué les pasó, abuelos? ¿Se olvidaron de enchufar la consola?”. Carlitos, rojo de vergüenza, apagó la computadora y dijo: “Esto no es fútbol, esto es una locura”. Pero Marisa, con su calma habitual, reunió al equipo después del desastre y les dijo: “No es que el juego sea imposible. Es que nosotros no nos preparamos. Si queremos ganar, tenemos que aprender las reglas nuevas”.

Lecciones del Desastre

Aquí viene el aprendizaje, y no solo el “cómo” sino el “por qué”. La transformación digital no se trata solo de usar tecnología; se trata de cambiar la mentalidad. El equipo de Carlitos falló porque se aferró a lo conocido en lugar de abrazar lo nuevo. En el trabajo remoto, no basta con tener una computadora y una conexión a internet. Hace falta disciplina, comunicación clara y, sobre todo, voluntad de adaptarse.

Pensemos en un ejemplo práctico. Imagina que en tu oficina siempre entregabas reportes en papel, pero ahora te piden que los subas a una nube. Si te niegas porque “el papel es más confiable”, te vas a quedar atrás. La nube no solo ahorra tiempo, sino que permite que tu equipo en otra ciudad vea el archivo al instante. Según Gartner, para 2023, el 70% de las empresas ya habían adoptado herramientas digitales colaborativas. Las que no lo hicieron perdieron competitividad. El “por qué” está claro: en un mundo conectado, la flexibilidad te da ventaja.

Volviendo al equipo, Marisa los obligó a practicar. Carlitos aprendió a usar el joystick (aunque a veces lo confundía con el control remoto del televisor). Juancho reforzó su internet y cerró el gallinero durante las partidas. Incluso Doña Rosa se animó a jugar, y aunque sus reflejos no eran los mejores, su entusiasmo levantó el ánimo del grupo. En el siguiente partido, no ganaron, pero empataron 2-2. Fue un pequeño triunfo, pero suficiente para que entendieran que podían adaptarse.

 

La Conexión Emocional

¿Quién no ha sentido esa resistencia al cambio? Tal vez te pasó cuando te obligaron a usar una nueva app en el trabajo y pensaste: “¿Para qué, si mi Excel de siempre funciona bien?”. O cuando tuviste que aprender a hacer videollamadas y terminaste hablando con la cámara apagada sin darte cuenta. Es normal sentirse perdido al principio. Pero la lección del equipo de Carlitos es que no se trata de ser perfecto desde el arranque, sino de estar dispuesto a intentarlo.

La flexibilidad laboral y la transformación digital no son solo temas de oficina; son habilidades para la vida. Aprender a trabajar desde casa te enseña a organizarte mejor, a comunicarte con claridad, aunque no veas a tus compañeros, y a confiar en que las herramientas modernas pueden hacerte más eficiente. El “por qué” detrás de esto es simple: el mundo no espera. Si no te subes al tren, te quedas en la estación mirando cómo los demás avanzan.

El Final

Al final del torneo, el equipo no ganó el campeonato, pero terminó en un digno quinto lugar. Carlitos dejó de confundir el mate con el joystick, Juancho domó su internet rural, y Doña Rosa se convirtió en la reina de los pases largos (aunque a veces eran al equipo contrario). Lo más importante fue que entendieron que adaptarse no era renunciar a quienes eran, sino sumar algo nuevo a su juego.

En el trabajo remoto pasa lo mismo. No se trata de olvidar las charlas en la máquina de café o las reuniones cara a cara, sino de encontrar formas de mantener lo humano en un entorno digital. Usa la tecnología para conectar, no para aislarte. Aprende las herramientas, pero no dejes de ser vos. Y, sobre todo, recuerda que hasta el equipo más desastroso puede mejorar si está dispuesto a reírse de sus errores y seguir adelante.

Así que la próxima vez que te resistas a un cambio, pensá en Carlitos pateando goles con un mate en la mano. Y después, anímate a enchufar el joystick. El partido, como la vida, sigue esperando.