EL EMOJI

Había una vez un pequeño taller de reparación de bicicletas llamado “Rueda Fiel”, escondido en una calle sin semáforos pero con muchas historias. Su dueño, Fabio, era un tipo encantador en persona: de esos que te apretan la mano con dos manos y te llaman “hermano” aunque te vean por primera vez. Pero en redes sociales, Fabio tenía el mismo carisma que una caja de cartón mojada.

 

Todo empezó un martes nublado, de esos que no saben si llorar o cocinar sopa. Una clienta, la señora Mirta, una jubilada que combinaba las redes sociales con memes de piolines y que pedaleaba su bicicleta como si fuera a ganar el Tour de Francia, compartió una publicación donde contaba su experiencia en “Rueda Fiel”. El texto era tan adorable como largo: “Gracias a los chicos que me arreglaron el freno trasero. Ahora no me paso más la esquina de mi casa. ¡Una belleza!” y acompañó el mensaje con una foto de ella posando con su bici.

 

Fabio, desde su celular (con pantalla rota y teclado predictivo que jugaba en su contra), respondió con un seco y escueto: 👍.

Ese pulgar. Ese emoji. Ese… frío soplo digital. Fue como si a la señora Mirta le hubieran respondido con el mismo entusiasmo que tiene una tostadora apagada.

 

Lo que Fabio no sabía es que doña Mirta, aunque dulce como flan de abuela, era más influyente que varios políticos en su grupo de Facebook, “Pedaleando con amor”. En menos de 24 horas, comenzaron a circular mensajes como:

> “¿Así agradece Fabio los cumplidos? Qué sequedad, mijita.” > “Un emoji no es atención, es indiferencia en versión pixel.” > “Yo también le mandé un mensajito hace días y ni me clavó el visto.”

De pronto, el taller dejó de recibir consultas online, y las visitas bajaron más que la presión después de un asado. Fabio, tan desconcertado como quien intenta encontrar el extremo del papel film, pidió ayuda.

 

Acudió a su sobrina adolescente, Camila, experta en redes, dramas escolares y stickers de perritos con frases. Después de leer los comentarios, Camila le dijo algo que le quedó grabado como grafiti en baño de bar:

> “Tío, responder con un 👍 es como atender un negocio con cara de ‘qué querés’. Atender en redes es como sonreír con letras, ¿entendés?”

Fabio no entendía. Pero confiaba.

 

Camila implementó un plan de emergencia que llamaron “Operación: Emoji con Corazón”. Comenzaron a responder TODOS los mensajes antiguos y nuevos con frases cálidas, emojis de abrazos, gifs de bicicletas bailando y algún que otro “¡Gracias infinitas, doña Mirta, por pedalear con nosotros! 💛🚲”.

Incluso hicieron un post especial pidiendo disculpas por el “mal gesto virtual”. Fabio, con su cara de arrepentimiento más sincera, subió un video diciendo:

> “Tal vez no soy bueno con los dibujitos del celular, pero sí soy bueno cuidando tus ruedas. Y ahora, también aprendí a cuidar mis palabras.”

 

Milagrosamente (o más bien, gracias a la magia del buen trato digital), los comentarios cambiaron:

> “¡Fabio, ahora sí que sos un dulce!” > “Pedaleando con amor otra vez 🥰” > “Me encantó tu video, me hiciste reír... y pensar.”

Las visitas volvieron. Incluso doña Mirta trajo empanadas y pidió una revisión de cortesía para su “bici guerrera”.

 

El taller no solo recuperó su reputación, sino que Fabio aprendió que el mundo digital no es tan distinto al físico: un mensaje seco es como una mueca de fastidio; un emoji frío, como cerrar la puerta sin decir "gracias".

 

Una crisis de reputación no siempre empieza con un escándalo épico. A veces, basta con subestimar el poder de una carita amarilla mal elegida. Pero también es cierto que con humildad, humor y ganas de mejorar, hasta los errores más pixelados pueden enmendarse.