EL PROVEEDOR JUGANDO AL ESCONDITE

Hubo una vez una empresa de eventos llamada LunaLuz, dedicada a iluminar bodas, cumpleaños y hasta convenciones de otakus con más luces que una nave espacial. La empresa tenía una reputación impecable: llegaban puntuales, montaban escenarios dignos de conciertos de Beyoncé y hacían que hasta el cumpleaños de la tía Margarita pareciera un after en Ibiza. Pero como en toda buena historia, el conflicto llegó disfrazado de proveedor.

 

Todo comenzó cuando decidieron ampliar su catálogo y comprar un lote de luces LED inteligentes que cambiaban de color con la música. Eran la última moda. Todos los clientes las pedían. “Quiero que mi boda parezca Tomorrowland”, decían. Así que el gerente de compras, Eduardo, fue comisionado con una misión clara: conseguir los equipos a tiempo y al mejor precio.

 

Pero Eduardo, bendito Eduardo, que en paz no descanse laboralmente, decidió no consultar con los proveedores habituales, esos que llevaban años entregando sin drama. No. Decidió confiar en un nuevo contacto que encontró… en un grupo de WhatsApp llamado "Importadores Serios y Puntuales". Sí, como si la seriedad viniera garantizada por un nombre de grupo. Era como confiar en alguien porque su perro se llama “Responsabilidad”.

 

El proveedor, que se hacía llamar "Luzmanía Express", tenía una foto de perfil con un tigre y usaba frases como “tranqui, bro, yo cumplo sí o sí”. Eduardo, que tenía el entusiasmo de un niño comprando su primer dron, cayó como un castillo de naipes en una tormenta tropical. Firmó el contrato sin revisar mucho, pagó el adelanto, y quedó tranquilo. Según Luzmanía Express, los equipos llegarían el martes.

 

Ese martes no llegó nada.

Ni luces, ni caja, ni sombra de proveedor.

Eduardo intentó llamar… nada.

Mandó WhatsApps... doble check azul y ningún “visto”.

Escribió correos... que rebotaban más que balón en cancha de cemento.

Era como si el proveedor hubiera sido absorbido por un agujero negro o se hubiera fusionado con el aire.

 

Había comenzado el juego del escondite empresarial.

 

El sábado siguiente, LunaLuz tenía el evento más importante del trimestre: el aniversario de una empresa minera, con más de 500 invitados, un show de drones y una orquesta sinfónica que exigía un juego de luces más sincronizado que la coreografía de High School Musical. Y no había LEDs.

 

El director de la empresa, Martín, que solía tener la paciencia de un monje tibetano, entró en modo Godzilla. Lo primero que preguntó fue: “¿Dónde están las luces nuevas?”. A lo que Eduardo respondió con un balbuceo que incluía las palabras “Luzmanía”, “Express” y “estaba en línea ayer”.

 

Fue ahí cuando entendieron algo crucial:

👉 Un proveedor no es solo quien te vende cosas, sino quien respalda tu reputación.

 

Así como no invitas a un amigo a una boda si sabes que puede escaparse con el pastel, tampoco eliges un proveedor que podría desaparecer como mago en acto final.

 

Martín, que además de director era un tipo bastante práctico, se puso manos a la obra. Con ayuda del equipo, rastrearon contactos, pidieron favores, alquilaron luces a última hora, y hasta convencieron a una empresa de producción audiovisual para que les prestara equipos con tal de salvar el evento.

Y lo salvaron.

Pero el daño estaba hecho: el costo se triplicó, hubo momentos de tensión extrema, y la imagen de LunaLuz tembló como gelatina en terremoto.

 

Apareció una semana después, diciendo que tuvo "problemas de logística". Que “el container se desvió”. Que “la aduana estaba lenta”. Que “su perro comió el tracking number”. Básicamente, un bingo de excusas nivel profesional.

Eduardo, ya en posición fetal y con ojeras que daban tres vueltas al cuello, tuvo que asistir a la reunión de crisis. Martín no lo despidió (aunque consideró seriamente convertirlo en lámpara). En su lugar, usó la situación como lección corporativa.

 

Un proveedor es como ese amigo que invitas a ayudarte en la mudanza.
Si llega tarde, se queja todo el día y se va antes del almuerzo, te deja tirado.
Pero si llega con cinta, cajas y pizza, ese se queda para siempre.

Gestionar proveedores es más que buscar precios bajos. Es construir relaciones de confianza. No es solo preguntarse cuánto cuesta el producto, sino también cuánto puede costar si no llega.

En una crisis de reputación, no hay margen para excusas. El cliente no quiere saber si el proveedor jugó al escondite; quiere resultados. Y si no los das, te devoran como a churro en feria.

 

¿Cómo evitar que el proveedor juegue al escondite?

1.   Haz verificación de antecedentes. Si no conoces al proveedor, no le des el evento más importante del año. No contratas a un payaso que no conoces para la fiesta del jefe.

2.   Contratos claros y penalizaciones. Que el contrato no sea solo un saludo a la bandera. Incluye fechas, condiciones y consecuencias. Si no cumple, que no pueda simplemente decir “ups”.

3.   Tener un plan B. Y un plan C. Porque si el plan A depende de un “bro, tranqui”, mejor ni empieces.

4.   Relaciones de largo plazo. Premia a los proveedores confiables. Un proveedor que te salva una vez vale más que diez que prometen y desaparecen.

 

Eduardo aprendió la lección. Hoy, cada vez que alguien menciona “nuevo proveedor”, le da un tic en el ojo izquierdo. Tiene una carpeta con 42 criterios de evaluación, y revisa contratos con lupa, calculadora y consulta zodiacal incluida. No volvió a confiar en ningún “Express” con foto de tigre.

 

Las empresas no caen por una gran explosión. Caen por pequeños errores que se acumulan: una mala elección aquí, una promesa incumplida allá, y de pronto, ¡boom! Te ves explicando al cliente por qué el show de luces fue reemplazado por linternas del celular.

 

Elegir un proveedor es como elegir compañero para una carrera de relevos: no importa qué tan rápido corres tú, si el otro no aparece con la antorcha, pierdes.

 

Y recuerda: cuando un proveedor juega al escondite, tu reputación juega a la ruleta rusa.