Era un martes cualquiera en la oficina de
"Dulce Hogar", una pequeña pero creciente empresa que se dedicaba a
fabricar muebles personalizados. La idea detrás de la compañía era sencilla
pero poderosa: cada mueble debía contar una historia y hacer que las personas
se sintieran en casa. Sin embargo, el ambiente en la oficina decía todo lo
contrario. En lugar de la energía y pasión que uno esperaría en un lugar
dedicado a crear confort y felicidad, lo que predominaba eran caras largas y
suspiros de resignación.
El problema principal era que, aunque el CEO,
Marcos, tenía una visión clara de lo que quería lograr, su equipo no compartía
su entusiasmo. De hecho, en las reuniones semanales, cuando Marcos hablaba
sobre la “misión de traer calidez y personalización a cada hogar”, muchos
empleados ponían cara de "aquí vamos de nuevo". Para ellos, lo que
hacían no tenía nada de especial. Después de todo, pensaban, “solo estamos
fabricando mesas y sillas”.
Marcos se dio cuenta de que su equipo no
estaba comprometido con la visión de la empresa, pero no sabía cómo cambiar la
situación. Un día, se le ocurrió una idea que parecía tan ridícula como
inesperada: organizar un concurso de pasteles. Cada uno de los empleados debía
llevar un pastel que representara lo que ellos creían que era el propósito de
"Dulce Hogar". Aunque al principio la idea fue recibida con
escepticismo y algunas risas irónicas, todos aceptaron participar.
Llegó el día del concurso, y los pasteles
estaban sobre una larga mesa en la sala de reuniones. Había desde tartas de
chocolate decoradas con figuras de sillones hasta pasteles en forma de sillas
(algunos con más éxito que otros en la parte estética). Pero lo que más llamó
la atención fue el pastel de Marta, la encargada de marketing, quien había
traído una simple tarta de limón con una vela en el centro. Cuando llegó su
turno de explicar, dijo con un tono un
—Bueno, este pastel es agrio como el ambiente
aquí —dijo, arrancando unas risas incómodas—. Y la vela en el centro es la
misión de la empresa: está encendida, pero no sé cuánto tiempo más va a durar
si seguimos así.
El silencio en la sala era palpable. La risa
se apagó y, por primera vez, todos parecieron prestarle atención a lo que
estaba pasando. Marta había dado en el clavo: la misión de la empresa estaba
ahí, pero sin un equipo que creyera en ella, se estaba quedando sin energía.
Marcos se dio cuenta de que tenía que hacer algo.
Marcos decidió tomar las riendas y contarles
una historia. “Imaginen un tren”, dijo, “un tren que tiene que ir hacia una
ciudad llamada 'Éxito'”. Mientras hablaba, dibujaba un tren en la pizarra con
todos los vagones conectados. “Este tren está bien diseñado, tiene suficiente
combustible y, sobre todo, tiene un destino claro. Pero hay un problema:
algunos de los vagones están yendo. . .
Marcos hizo una pausa para que todos
asimilaran la imagen. “¿Qué pasa cuando algunos vagones van en una dirección y
otros en otra?”, preguntó. Algunos empleados se miraron entre sí, un poco
incómodos, y otros respondieron en voz baja: “El tren no se mueve”, “Se descarrila”
“Exactamente”, continuó Marcos. “Cuando un
equipo no está alineado con la visión de la empresa, es como si algunos vagones
se movieran en sentido contrario. No importa cuánto combustible tengamos o cuán
claras estén las instrucciones, si no estamos todos remando en la misma
dirección, no vamos a llegar a ningún lado.
Después de esa reunión, Marcos se dio cuenta
de que tenía que trabajar en algo más que repetir la misión de la empresa. La
mayoría de los empleados la conocían de memoria, pero no la sentían como algo
propio. Decidió implementar una serie de talleres que no solo explicarían la
visión de la empresa, sino que también conectarían a cada empleado con su rol
dentro.
En esos talleres, en lugar de hablar solo de
“muebles personalizados”, se contaron historias reales de clientes que habían
recibido sus muebles y cómo estos habían transformado sus hogares. Hubo un
video de una pareja que, después de años sin una mesa propia, había comprado
una en "Dulce Hogar" y la había decorado con fotos de sus hijos y
nietos. Para ellos, la mesa no era solo un objeto, era un lugar de reunión, un
símbolo de amor y familia. Los empleados vieron esas historias, y algo empezó a
surgir.
—Eso es lo que hacemos aquí —les dijo Marcos—.
No solo hacemos muebles, creamos espacios donde la gente puede sentirse
conectada
El cambio no fue inmediato, pero sí empezó a
ser evidente. Los empleados que antes veían su trabajo como una simple rutina
ahora se esforzaban en hacer las cosas bien, porque sabían que lo que estaban
haciendo tenía un impacto real en las vidas de otras personas. Empezaron a
compartir ideas sobre cómo mejorar los productos, cómo hacer que cada mueble
fuera único y cómo comunicar mejor la historia detrás de cada diseño. El
ambiente en la oficina también cambió: las reuniones, antes monótonas y
cargadas de tensión, ahora estaban llenas de ideas y energía.
Un día, Marta, la misma que había traído el
pastel de limón, le dijo a Marcos: “Sabes, ahora cuando veo nuestras sillas en
las tiendas, pienso en las historias que hay detrás de ellas. Y, de alguna
manera, siento que estoy ayudando a construirlas.
La historia de "Dulce Hogar" muestra
que, sin importar lo clara que sea la misión de una empresa, si los empleados
no se sienten conectados con ella, es difícil que se logren resultados reales.
Es como tratar de empujar un tren con todos los vagones en direcciones
opuestas: no se avanza. La clave está en hacer que cada miembro del equipo
entienda no solo qué se está haciendo, sino por qué se está haciendo y cómo su
rol contribuye a esa visión.
La alineación del equipo no se logra con
discursos inspiradores ni consignas pegajosas, sino con una conexión auténtica
y tangible. Mostrar cómo el trabajo cotidiano impacta la vida de las personas,
cómo cada esfuerzo cuenta, y cómo todos los roles, desde el más pequeño hasta
el más grande, son vitales para alcanzar el objetivo común.
En lugar de ser como aquel pastel de limón
agrio con una vela a punto de apagarse, la visión de la empresa debe ser como
un pastel bien horneado, que todos disfruten y que todos contribuyan a crear.
Un equipo alineado es aquel que cree en lo que hace, se siente parte de algo
más grande y sabe que su trabajo diario tiene un impacto real. Cuando los
empleados no solo entienden, sino que sienten la visión de la empresa como
propia, es cuando el tren finalmente avanza y todos llegan juntos al destino.