Había una vez —como comienzan las buenas
historias— una empresa de logística llamada TransRápido Global. Operaban
a nivel nacional con una flota de camiones más grande que la fila del banco los
días viernes. Su fuerte: entregas puntuales. Su debilidad: un jefe impulsivo
con un ego del tamaño de un dirigible con exceso de helio.
Su nombre era Marcelo,
aunque todos lo llamaban “El Capo”. No porque fuese capo de nada realmente,
sino porque tenía esa habilidad innata de sonar confiado incluso cuando estaba
diciendo tonterías. Era el tipo de jefe que leía una frase motivacional en
LinkedIn y al día siguiente despedía gente “por la energía”.
Una mañana de lunes
—porque las peores ideas siempre nacen los lunes— Marcelo apareció con una
mirada brillante y una frase que cambió el destino de la empresa:
“¡Vamos a hacer una
campaña viral! ¡Una carrera de carritos de supermercado con empleados
disfrazados de paquetes! ¡En un estacionamiento público!”
Silencio. Uno de los
asistentes parpadeó tres veces, otro se atragantó con el mate, y un tercero se
preguntó si renunciar en plena reunión era una opción legítima.
“¿Y qué tiene que ver
con logística?”, preguntó tímidamente Mariana, la encargada de recursos
humanos.
“¡Todo! Vamos a mostrar
que nuestros paquetes corren hacia el cliente. ¡Velocidad!
¡Precisión! ¡Diversión! ¡Marcelo lo aprueba!”
Y así, sin estudio de
mercado, sin análisis de riesgos, sin consultar a nadie con más de dos neuronas
conectadas entre sí, Marcelo firmó la orden ejecutiva de lo que sería recordado
como “La
Tragedia del Estacionamiento 23”.
El sábado siguiente, en el estacionamiento del
supermercado más concurrido de la ciudad, se alinearon seis empleados de
TransRápido. Vestían disfraces de cajas gigantes: unos eran impresoras, otros
microondas, y uno llevaba pegado un letrero que decía “¡FRÁGIL!”.
Los carritos de
supermercado estaban trucados —porque claro, uno no improvisa sin hacer las
cosas mal del todo—: ruedas con aceite, cintas reflectivas, luces LED y hasta
bocinas de bicicleta.
El “Capo” grababa con
su celular desde el techo de una camioneta, mientras gritaba:
“¡Esto es historia!
¡Esto es marca! ¡Esto es viralidad!”
Y tenía razón. Fue
viral. Pero no por las razones correctas.
A los 10 segundos de
comenzada la carrera:
·
El
carrito del “microondas” perdió una rueda y salió disparado contra un carrito
de bebé (que, por suerte, solo llevaba plátanos).
·
El
empleado “FRÁGIL” se tropezó con un bache y cayó de cara, con tanto realismo
que varios espectadores llamaron a emergencias.
·
Un
perro callejero decidió unirse a la carrera y, en una escena de comedia
involuntaria, mordió la pierna del “impresora” creyendo que era un objeto
robótico malvado.
Resultado: tres heridos
leves, un escándalo en redes, una denuncia por uso no autorizado de espacio
público, y un vídeo que alcanzó medio millón de vistas en TikTok bajo el
hashtag #logísticaletal.
Lo que siguió fue una auténtica avalancha
reputacional.
Clientes importantes
comenzaron a cancelar contratos. Los proveedores pedían garantías antes de
entregar un tornillo. Uno de los camiones fue apedreado por un grupo de
jubilados que lo confundió con un reality show de acrobacias peligrosas.
Y todo por una decisión
impulsiva, sin planificación, sin análisis de riesgo, sin pensar en la imagen
institucional.
“Liderar es como guiar
una excursión en la montaña: si eliges el camino equivocado, no solo caes tú…
arrasás con todo el grupo.”
Marcelo, en lugar de
aceptar la metida de pata, se duplicó en su error. “¡Al menos nos vieron!
¡Publicidad gratuita!”, decía, mientras los community managers apagaban
incendios virtuales en redes sociales.
Intentaron limpiar la
imagen publicando fotos de gatitos con cajas de cartón con el eslogan: “TransRápido
ama las cajas, como tú amas a los gatos”. No funcionó. De hecho,
confundió más.
La historia de TransRápido Global nos deja
varias lecciones fundamentales, y todas pueden ser explicadas con metáforas
simples y cotidianas. Porque, al fin y al cabo, el liderazgo y la
reputación no se juegan en grandes discursos, sino en decisiones concretas, del
día a día.
❌
ERROR #1: Decidir sin pensar es como manejar con los ojos cerrados
Un líder no puede
lanzar una campaña “porque le pareció divertida”. Una empresa no es un club de
comedia. Antes de actuar, se analiza. Se consulta. Se evalúan riesgos.
👉 La solución: establecer protocolos de
validación de ideas, comités de revisión, pruebas piloto. No todo lo loco es
creativo; a veces es solo… loco.
❌
ERROR #2: No prever consecuencias es como invitar al caos con traje de gala
La carrera parecía
divertida, sí, pero en un lugar inadecuado, sin medidas de seguridad, sin
autorización. Una empresa no puede comportarse como un grupo de adolescentes
aburridos en vacaciones de invierno.
👉 La solución: siempre realizar análisis de
entorno, impacto reputacional y plan de contingencia ante crisis.
❌
ERROR #3: Defender el error es como seguir cavando con la esperanza de
encontrar la salida
Cuando todo explotó,
Marcelo pudo haberse disculpado, reconocido el error y girar la narrativa hacia
el aprendizaje. Pero no. Eligió la arrogancia. Y eso hundió más el barco.
👉 La solución: en comunicación de crisis, la
transparencia y la humildad son el nuevo oro. Aceptar, corregir
y mostrar cambios genera más respeto que negar lo evidente.
Marcelo no era un mal tipo. Era entusiasta,
creativo, con ideas vibrantes… pero sin freno. Su error no fue tener ideas
locas, sino no saber cuándo parar, cómo evaluar ni a quién escuchar.
La reputación de una
empresa no se construye con ocurrencias virales, sino con coherencia,
responsabilidad y visión. Un buen líder no busca que hablen de la empresa por
un día. Busca
que confíen en ella por años.
Y aunque el vídeo de la
carrera aún circula por grupos de WhatsApp como “el día en que la logística se
volvió parque de diversiones”, la historia de TransRápido Global quedó como una
advertencia viva para cualquier profesional que alguna vez haya dicho:
“¡Tengo una idea
brillante, y no necesito pedir permiso!”
Tiempo después, la empresa sobrevivió, con
ayuda de un nuevo equipo directivo, mucha autocrítica y, por supuesto, un
cambio completo de imagen.
Hoy, en su oficina
principal, tienen colgado un cartel que dice:
“No
todas las ideas geniales son buenas. Pregunta, evalúa, respira… y luego
decide.”
Abajo, en letra más
pequeña:
“Y sí, aún tenemos el
disfraz de impresora. Por si hay fiesta de Halloween.”