OTRA NEGOCACION FALLIDA

Había una vez, en un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, una tiendita de abarrotes llamada “Don Paco”. No era un supermercado elegante ni un negocio digital de esos que te entregan la compra por dron, no. Era la clásica tiendita de confianza: con estanterías torcidas, bolsas colgando del techo, el ruido de la radio en AM y el inconfundible aroma a pan recién horneado mezclado con suavizante de ropa.

Don Paco llevaba más de 20 años atendiendo allí. Conocía a todos sus clientes por nombre, sabía quién prefería leche entera, quién no comía gluten aunque no supiera bien qué era eso, y hasta tenía una libreta fiada, heredada de su padre, para los días en que la quincena se atrasaba. El negocio no era millonario, pero le daba para vivir tranquilo, cuidar a sus gallinas y lucir con orgullo su bigote perfectamente recortado.

Entre sus clientes más fieles estaba Doña Meche, una señora jubilada que cada viernes sin falta llegaba a comprar lo mismo: pan integral, dos latas de atún, un kilo de tomate, jabón de baño y... una Coca-Cola Light. Siempre. Sin falta. Un ritual que Don Paco bautizó como “el combo de la Meche”.

Todo iba bien... hasta que un viernes, una cadena de supermercados inauguró una sucursal a cuatro cuadras de allí. Gigante, brillante, con aire acondicionado, cajeros automáticos, música ambiental y promociones tentadoras que gritaban desde la entrada: “¡Todo a precios bajos!”. Don Paco no se preocupó. Su clientela era leal. Y, además, “¿quién va a cambiar la confianza de años por una caja registradora que ni saluda?”, pensó.

Pero al viernes siguiente, Meche entró con una ceja levantada y un volante en la mano.

—Paco, mi Coca Light está un peso más caro que en el súper nuevo.
—Sí, Meche, pero allá no te saludan por tu nombre —respondió con una sonrisa confiada.

—Puede ser... pero un peso es un peso, ¿no?

Don Paco, entre bromas, le dijo:
—¡Te la puedo dar con abrazo incluido si eso ayuda!
—No, Paco, yo solo quiero pagar lo justo —dijo Meche, sería como juicio final.

—Pero Meche, es un peso…

—Exacto, Paco. Un peso.

Y ahí se rompió la maceta.

Meche se fue. Se fue por un peso. Y lo peor no fue que se fuera. Lo peor fue que el lunes siguiente, se fue también Don Anselmo. Y el martes, la señora Laura. Y al poco tiempo, la libreta fiada quedó solitaria y triste, como perro amarrado sin dueño. Porque donde va Meche, van todos. Era la reina del grupo del barrio y tenía más influencia que un influencer con antojo de descuentos.

 

Si un cliente es como una planta —y lo es— entonces Meche llevaba años siendo regada con amabilidad, confianza y servicio personalizado. Pero en cuanto sintió que su valor como cliente fue reducido a un peso, se marchitó. Y como en cualquier jardín, cuando una planta muere, a veces arrastra consigo a las de alrededor.

Lo que Don Paco no entendió a tiempo fue que ese peso no era el problema. El problema fue el gesto. Fue la falta de escucha, la negativa a reconocer que, para un cliente, sentirse valorado muchas veces importa más que la cantidad exacta de monedas que saca del bolsillo.

Hubiera bastado una respuesta como:

—Meche, si ese peso te incomoda, permíteme compensarlo con una tarjetita de fidelidad o un descuento a la próxima. ¡Tú me has comprado más Coca-Light que nadie en este barrio!

Pero no. Respondió con orgullo. Con ese orgullo de comerciante antiguo que piensa que el cliente de toda la vida no se irá nunca. Y no supo ver que las raíces de la relación con Meche estaban secas.

 

Lo interesante del caso es que la historia no terminó en Don Paco. No. Esta anécdota se volvió leyenda del barrio, luego meme del grupo de WhatsApp y, finalmente, moraleja en las clases de emprendimiento del colegio técnico local. Porque lo que empezó como una anécdota de una Coca-Cola Light y un peso, se convirtió en el ejemplo perfecto de cómo una crisis de reputación no gestionada a tiempo puede desangrar la confianza y matar un negocio gota a gota.

Y es que la reputación no se pierde con un gran escándalo. Muchas veces se pierde con una mala respuesta. Con una frase dicha sin pensar. Con un gesto de desdén. Con no saber ofrecer una disculpa o un gesto de reconocimiento.

 

Si Don Paco hubiera reaccionado de forma estratégica, como lo haría una marca que cuida su imagen, podría haber hecho varias cosas para cambiar la historia:

1.   Escuchar sin defenderse: Validar la inquietud del cliente es el primer paso para apagar un incendio. Una simple frase como “Entiendo que cada peso cuenta, Meche” habría abierto la puerta al diálogo.

2.   Ofrecer soluciones simbólicas: No siempre se trata de regalar cosas, sino de demostrar que te importa. Una tarjeta de cliente frecuente, un regalito ocasional o una broma con afecto sincero.

3.   Cuidar el lenguaje emocional: Cuando minimizas lo que para el otro es importante, lo pierdes. Decir “Es solo un peso” equivale a decir “Tú no importas tanto”.

4.   Recordar que el cliente no compra solo productos, sino experiencias: La Coca no era solo una bebida. Era parte del ritual de la Meche. Y Don Paco no vendía latas; vendía cercanía, recuerdos, constancia.

 

Hay otro detalle que no se puede olvidar: el chisme. Porque cuando un cliente se va por un peso, no se va en silencio. Se va hablando. Y si hay algo más poderoso que una campaña publicitaria, es una Meche indignada con voz de soprano y tiempo libre para contarlo todo.

La reputación es como una plantita en maceta de plástico: crece poco a poco, pero un solo pisotón la rompe. Y reconstruirla, amigo mío, cuesta más que ese peso ahorrado.

 

Tres semanas después del éxodo masivo, Don Paco entendió la lección. Puso un cartel afuera que decía:

“Si un peso te alejó, que una disculpa te traiga de vuelta. Combo Meche con descuento especial todos los viernes. Te extrañamos.”

Y no fue inmediato, pero Meche volvió. Eso sí, sin dejar de lanzar miradas inquisitivas y revisar los precios con lupa. Pero volvió. Porque al final, lo que los clientes quieren no es que todo sea perfecto, sino que el negocio tenga la humildad de aceptar errores y el coraje de corregirlos.

Una crisis de reputación mal gestionada no solo afecta las ventas. Afecta el alma del negocio. Porque los negocios no son solo transacciones: son relaciones. Y toda relación necesita ser cuidada.

Así que la próxima vez que pienses que “es solo un peso”, recuerda que ese peso puede pesar toneladas en la balanza de la percepción del cliente. Y que, como con las plantas, el cuidado constante —aunque sea con pequeñas gotas— vale más que la lluvia después de la sequía.