EL PRODUCTO ESTRELLA QUE NADIE PIDIÓ

 

Hace unos años, mientras trabajaba en una empresa de tecnología, viví una situación que me enseñó una valiosa lección sobre la importancia de investigar el mercado antes de lanzar cualquier producto. En ese entonces, nos encontrábamos en una de esas fases en las que todo el mundo hablaba sobre la "innovación disruptiva". Queríamos crear algo tan revolucionario que dejara a todos boquiabiertos. Sin embargo, en nuestro afán por diseñar el "producto estrella", olvidamos un pequeño detalle: asegurarnos de que alguien realmente lo quisiera.

Todo comenzó en una reunión semanal de equipo, donde nuestro jefe decidió que era hora de hacer algo grande. “Necesitamos un producto nuevo que cambie el juego. Algo que nos ponga en la mira de todos”, dijo con un entusiasmo contagioso. Las ideas empezaron a volar por la sala. La mayoría eran sugerencias que se veían prometedoras, pero que requerían un esfuerzo considerable para investigar si el mercado las recibiría bien.

De pronto, uno de los miembros más creativos del equipo lanzó lo que él consideraba una bomba de innovación: "¿Y si hacemos un asistente virtual físico para la oficina? Algo que pueda traer el café, imprimir documentos y hasta recordarte tus citas". Todos aplaudimos la idea. No solo era algo novedoso, sino que además sonaba divertido. ¿Un robot en la oficina? ¿Por qué no? Sin mucho más que un par de correos intercambiados y reuniones de planificación, nos lanzamos de cabeza a desarrollar el prototipo. Nadie se detuvo a preguntarse: “¿Realmente alguien necesita esto?”.

Avanzamos con la idea a toda velocidad. Invertimos recursos, tiempo y energía en lo que apodamos el "Robo-Oficinista". La propuesta era simple: un pequeño robot rodante, del tamaño de una cafetera, que podría realizar tareas básicas en la oficina. Le incorporamos una pantalla táctil, brazos mecánicos (bastante torpes, ahora que lo pienso), y la capacidad de moverse entre escritorios llevando cosas ligeras como documentos o, por supuesto, café.

Después de meses de trabajo, llegó el día del gran lanzamiento. Invitamos a varios clientes a una presentación en nuestra oficina. Imagina la escena: todos los empleados, trajeados y nerviosos, esperando que el Robo-Oficinista impresionara. El robot comenzó su demostración, rodando de un escritorio a otro, mientras uno de nosotros hacía de maestro de ceremonias.

Primera parada: el robot tenía que entregar un archivo de la impresora al escritorio de Luis, nuestro analista de marketing. Mientras avanzaba torpemente, el archivo se le cayó por el camino. Nadie dijo nada. Luego, llegó la segunda parte de la demostración: llevar café. El robot lo hizo, aunque se balanceó tanto que el líquido casi se derrama sobre la mesa. La tensión se palpaba en el aire.

A pesar de todo, tratamos de mantener la calma y explicar que aún estábamos trabajando en algunos “detalles técnicos”. Al final del evento, invitamos a los clientes a darnos su feedback. El silencio en la sala era incómodo, hasta que uno de ellos finalmente dijo lo que todos pensaban: “Esto es… interesante, pero, ¿para qué lo usaríamos?”. Y ahí fue cuando se desmoronó nuestra fantasía.

El Robo-Oficinista era como uno de esos regalos de Navidad que parecen geniales cuando los ves por primera vez, pero que luego nunca usas. Imagina que te regalan un toallero con luces LED y función de secado automático. Puede sonar increíble al principio, pero al final del día, probablemente solo quieras colgar tu toalla en el viejo gancho detrás de la puerta, como siempre lo has hecho.

En nuestro caso, el problema no era solo que el robot estuviera lleno de fallos técnicos, sino que nadie en el mercado había pedido algo como esto. Los asistentes virtuales ya existían, y funcionaban bastante bien en los ordenadores y teléfonos. Nadie en una oficina corporativa tenía una necesidad urgente de un robot torpe que llevara café. Nos dimos cuenta, un poco tarde, de que habíamos creado un producto sin propósito. Un "producto estrella" que, al final, nadie quería comprar.

La principal lección que aprendimos fue clara: no puedes lanzar un producto sin antes investigar el mercado y entender sus necesidades reales. En nuestro entusiasmo por hacer algo innovador, no nos tomamos el tiempo de hablar con nuestros clientes, de preguntarles qué les gustaría mejorar en su día a día en la oficina. El mercado no necesita más “ideas geniales”; necesita soluciones a problemas concretos.

Si hubiéramos hecho una simple encuesta o una serie de entrevistas con nuestros clientes habituales, nos habríamos dado cuenta de que sus problemas no tenían nada que ver con la entrega de documentos o el café. De hecho, descubrimos más tarde que lo que realmente les interesaba era mejorar la eficiencia de sus equipos de trabajo y la comunicación interna, algo para lo que un robot, ciertamente, no era la solución.

Esta situación me recuerda a cuando compras una camiseta porque te encanta el diseño, pero después te das cuenta de que los bolsillos son tan pequeños que no puedes ni meter las llaves. Al final, terminas frustrado porque algo que parecía perfecto no cumple con su propósito básico. Lo mismo sucede cuando lanzas un producto sin haber investigado si realmente cumple con las expectativas del mercado. Puede verse espectacular, tener un diseño futurista, pero si no satisface una necesidad real, acabará en el fondo del armario, olvidado.

Después de nuestro fallido lanzamiento, además de los comentarios sarcásticos que recibimos, también sufrimos pérdidas económicas considerables. El desarrollo del Robo-Oficinista nos había costado tiempo y dinero que, de haber investigado adecuadamente, podríamos haber invertido en mejorar nuestros productos existentes o en soluciones más útiles para nuestros clientes.

Sin embargo, lo más costoso fue el golpe a nuestra reputación. Muchos de nuestros clientes comenzaron a vernos como una empresa desconectada de la realidad, más enfocada en seguir tendencias de innovación sin sentido que en ofrecer soluciones prácticas. Tardamos meses en recuperar la confianza que habíamos perdido con esa campaña.

No me malinterpretes, la innovación es fundamental en cualquier sector. Pero innovar solo por el hecho de hacerlo, sin un propósito claro, puede ser un error costoso. La clave está en investigar las necesidades del mercado, entender los problemas de tus clientes y ofrecerles productos que realmente les aporten valor.

Antes de lanzarnos a crear el "producto estrella", debimos haber hecho nuestra tarea: encuestas, entrevistas, pruebas piloto. Preguntar a los clientes directamente qué les molestaba en su día a día, cuáles eran los obstáculos reales que enfrentaban en sus trabajos. Solo así hubiéramos podido desarrollar un producto útil y demandado.

El Robo-Oficinista terminó siendo una anécdota graciosa y una lección valiosa para nuestro equipo. Nos enseñó que, por más atractivo que sea un concepto en papel, si no hay una demanda real, el producto fracasará. Y lo peor es que, muchas veces, ese fracaso es predecible. Solo hay que escuchar al mercado, investigar y entender lo que realmente necesitan los clientes.

Como dice el dicho, "no pongas el carro delante de los bueyes". Antes de invertir en el desarrollo de un nuevo producto, asegúrate de que alguien lo necesita. Porque, al final del día, el producto estrella no es el que más brilla, sino el que realmente resuelve un problema.