LA REUNIÓN INNECESARIA

 

Todos hemos estado ahí, sentados en una sala de reuniones (o últimamente, frente a la pantalla en una videollamada), mirando el reloj y preguntándonos: "¿Por qué estoy aquí? Esto se podría haber resuelto con un correo en menos de cinco minutos". Esta es la historia de una de esas reuniones. Una que me dejó reflexionando sobre cómo las reuniones, si no se gestionan adecuadamente, pueden convertirse en una de las mayores pérdidas de tiempo en cualquier empresa.

Era un lunes por la mañana, justo después de ese glorioso fin de semana en el que logras desconectar por completo. El calendario estaba lleno, como siempre, pero una reunión destacaba por encima de las demás: "Actualización del proyecto X". Duraba una hora. Lo que no sabíamos era que esa reunión nos llevaría a una montaña rusa de puntos irrelevantes, discusiones que no llegaban a ningún lado y, al final, un sentimiento de haber perdido 60 valiosos minutos de nuestra vida.

El líder de la reunión, Carlos, llegó cinco minutos tarde y empezó con una sonrisa nerviosa. Ya habíamos abierto nuestros portátiles y, honestamente, muchos estaban revisando correos mientras esperaban que comenzara. Carlos nos agradeció por asistir y empezó a repasar el proyecto... línea por línea. Literalmente. Nos leyó cada uno de los puntos de un documento que todos teníamos en nuestras bandejas de entrada desde la semana pasada. Cada palabra. El aburrimiento en la sala era palpable. Y la pregunta flotaba en el aire: "¿Por qué no envió esto por correo?"

 

Imagínate que entras a un supermercado solo para comprar leche, pero el encargado del local decide acompañarte y, en lugar de dejar que tomes lo que necesitas, te explica, pasillo por pasillo, cada producto que tienen en las estanterías. "Mira, aquí están los cereales, pero quizás también te interese este jugo". ¿Frustrante, no? Lo único que querías era leche, pero ahora te has visto arrastrado a un tour innecesario. Esa reunión fue el equivalente laboral a esa experiencia: nos arrastraron por cada rincón del proyecto cuando solo necesitábamos una actualización breve.

Durante una hora, Carlos pasó por detalles minuciosos que ni siquiera eran relevantes para todos los presentes. Había personas que no tenían nada que ver con el proyecto y, aun así, estaban ahí. Se hablaba de informes técnicos frente al equipo de ventas, de presupuestos frente a los desarrolladores, y de ajustes de plazos ante compañeros que no sabían ni de qué se trataba el proyecto. Todo sin ninguna necesidad.

 

Esta situación me recordó a cuando llevas tu coche a lavar y solo querías un lavado básico, pero el encargado te insiste en un servicio premium con encerado, limpieza de tapicería y pulido de faros, todo porque "así quedará perfecto". Pero tú solo querías un coche limpio para el día siguiente. Lo mismo aplica a las reuniones: a veces se convierten en un festival de información extra que no necesitamos, cuando lo que realmente importa es un resumen rápido y claro. Y lo peor es que todos nos sentimos obligados a quedarnos hasta el final, aunque ya hemos "lavado" todo lo necesario en los primeros 10 minutos.

 

Las reuniones mal gestionadas no solo son una pérdida de tiempo para quienes participan, sino que también afectan la productividad general de la empresa. En nuestro caso, tras esa reunión, varias personas volvieron a sus escritorios sintiéndose exhaustas y desmotivadas. Era como si hubiéramos corrido una maratón de trivialidades. Lo que pudo haber sido una rápida actualización por correo, nos costó una hora en la que podríamos haber avanzado en nuestras tareas, o incluso, en otras decisiones clave.

Y el problema no era solo el tiempo de esa única reunión. La realidad es que cada reunión innecesaria tiene un costo acumulado. En una empresa mediana o grande, donde se llevan a cabo decenas de reuniones diarias, la pérdida de horas productivas puede alcanzar cifras sorprendentes. Al final, todos esos minutos perdidos equivalen a proyectos retrasados, decisiones aplazadas y empleados estresados por el exceso de reuniones que no aportan valor.

 

El problema no son las reuniones en sí, sino cómo se gestionan. Hay una diferencia abismal entre una reunión bien estructurada y una que solo existe por inercia o, peor aún, por cultura empresarial. Aquí es donde entra la optimización del tiempo. Para evitar que una reunión se convierta en una pérdida de tiempo, existen algunas buenas prácticas que aprendimos después de aquella experiencia con Carlos:

1.   Define si la reunión es realmente necesaria: Antes de convocar una reunión, pregúntate si el mismo objetivo se puede lograr con un correo o una rápida llamada. Si la respuesta es sí, entonces no organices una reunión.

2.   Invita solo a quienes realmente aportarán o necesitarán la información: En aquella reunión, había personas que no tenían ningún motivo para estar ahí. En lugar de invitar a todo el equipo, selecciona cuidadosamente a las personas que realmente van a contribuir o beneficiarse de la discusión.

3.   Establece una agenda clara: Nada es más frustrante que asistir a una reunión sin saber de qué se va a hablar ni por qué. Un breve correo con la agenda permite a los asistentes prepararse y, lo más importante, saber si necesitan estar ahí.

4.   Límite de tiempo y objetivos claros: Las reuniones no deberían durar más de lo necesario. Si puedes resolver todo en 20 minutos, ¿por qué hacerla de una hora? Establecer tiempos límite para cada tema es clave para mantener la reunión enfocada.

5.   Decisiones y acciones concretas: Si en una reunión no se toman decisiones claras o no se asignan tareas concretas, probablemente fue innecesaria. Cada reunión debería tener un propósito específico, y ese propósito debe cumplirse antes de que los participantes salgan.

 

Al igual que el efecto dominó, una reunión ineficiente puede desencadenar una serie de problemas a lo largo del día. La pérdida de concentración y el tiempo no solo afecta a la productividad inmediata, sino que también genera frustración en el equipo. Después de aquella reunión interminable, muchos de nosotros tuvimos que quedarnos más tiempo para completar nuestras tareas, lo que generó estrés innecesario y un ambiente laboral más tenso.

La próxima vez que Carlos convocó una reunión, se notaba que había aprendido de su error. Esta vez, llegó con una agenda clara, un tiempo limitado, y solo invitó a las personas involucradas directamente en el proyecto. La reunión fue rápida, eficiente y, lo más importante, salimos de ella con decisiones claras y acciones a tomar.

 

No hay nada malo en tener reuniones. Son una herramienta esencial para coordinar equipos, alinear estrategias y resolver problemas complejos. Sin embargo, la reunión ideal es la que no existe, o al menos, la que no es necesaria. Cada vez que evitamos una reunión innecesaria, ganamos más tiempo para trabajar en lo que realmente importa.

Volviendo a nuestra historia inicial, lo que pudo haber sido un correo bien redactado nos costó una hora de trabajo. Y esa hora no vuelve. Así que la próxima vez que pienses en convocar una reunión, pregúntate: ¿Es realmente necesaria? Y si la respuesta es no, ahorra tiempo a todos y envía un correo.

 

La anécdota de Carlos y su reunión innecesaria nos deja una lección clara: la optimización del tiempo es clave para la productividad en cualquier empresa. Saber cuándo una reunión es necesaria y cuándo no lo es, puede marcar la diferencia entre una jornada eficiente y una plagada de distracciones. Al final del día, todos queremos avanzar en nuestros proyectos, y a veces, la mejor manera de hacerlo es evitando reuniones innecesarias y utilizando herramientas más ágiles, como un simple correo. Porque, después de todo, hay cosas que no necesitan ser discutidas en una sala de reuniones, sino que pueden resolverse con unas cuantas líneas en tu bandeja de entrada.