LLEGANDO TARDE

 

Imagina que estás organizando una parrillada en casa. Has invitado a tus amigos más cercanos, el clima está perfecto, la carne ya está marinada y el carbón chispea en la parrilla. Todo está listo para un día inolvidable… excepto por un pequeño detalle: el tipo que prometió traer el pan y las bebidas no aparece. Pasan los minutos, las brasas empiezan a enfriarse, y tus amigos te miran con esa mezcla de hambre y decepción que conoces demasiado bien. Finalmente, el proveedor llega —una hora tarde— con una bolsa de pan duro y una botella de gaseosa tibia, diciendo con una sonrisa torpe: “Uy, se me complicó el tránsito”. ¿Te suena familiar? Si no en una parrillada, seguro en algún proyecto laboral donde alguien clave te dejó colgado.

Así me pasó hace unos años con Luis, el rey de las entregas tardías. Luis era mi proveedor de confianza para un pequeño negocio de repostería que había montado con mi hermana. Nosotros hacíamos unos alfajores caseros que eran la sensación del barrio, y Luis se encargaba de traernos la harina, el dulce de leche y esos detalles que hacían la magia. Al principio, todo era un sueño: entregas a tiempo, productos frescos, hasta charlábamos de fútbol mientras descargaba las cajas. Pero con el tiempo, Luis empezó a relajarse. Primero eran cinco minutos de demora, luego media hora, y un día llegó tres horas tarde con la excusa más absurda que escuché en mi vida: “Es que mi perro se comió las llaves del auto”. ¿En serio, Luis? ¿Tu perro?

El problema no era solo que llegara tarde. Era que su impuntualidad nos frenaba. Los pedidos se atrasaban, los clientes se quejaban, y mi hermana y yo terminábamos corriendo como locos para salvar el día. Una vez, hasta tuvimos que improvisar con harina vieja de la despensa porque Luis no apareció, y el resultado fue un lote de alfajores que parecían ladrillos. “¡Esto no se lo doy ni al perro de Luis!”, dijo mi hermana, y nos reímos, pero por dentro sabíamos que estábamos en problemas. Fue entonces cuando entendí una verdad simple pero poderosa: un mal proveedor no solo te retrasa, te hace retroceder.

La lección detrás del pan duro

Elegir a los partners estratégicos correctos —ya sea para un negocio, un proyecto o hasta una parrillada— es como armar un equipo de fútbol: necesitas jugadores que corran la cancha contigo, no que te dejen en offside. En la vida cotidiana, esto se ve todo el tiempo. Piensa en el amigo que siempre llega tarde al cine y te hace perder los avances, o en el compañero de trabajo que promete terminar su parte del informe pero te deja reescribiéndolo a medianoche. Ahora trasládalo a algo más grande: un proveedor que no cumple, un socio que no invierte, o un colaborador que te promete el oro y el moro pero entrega latón oxidado. El resultado es el mismo: tu crecimiento se estanca.

¿Por qué pasa esto? Porque subestimamos el impacto de las personas con las que nos asociamos. En el caso de Luis, yo confié demasiado en nuestra buena onda inicial y no puse atención a las señales rojas. Es como cuando compras un auto usado porque el vendedor te cae bien, pero no revisas el motor. Tarde o temprano, te quedas tirado en la ruta. En los negocios, esas señales pueden ser entregas inconsistentes, excusas repetitivas o una actitud de “ya lo resolveremos”. Y el “por qué” de elegir bien es claro: tu éxito depende de la cadena de valor que construyes. Si un eslabón falla, todo se desmorona.

Cómo no caer en la trampa del “Luis” de turno

Entonces, ¿cómo eliges partners estratégicos que no te frenen? Aquí va lo que aprendí después de despedir a Luis (sí, al final lo hice, y hasta el perro pareció aliviado). Son consejos prácticos, pero también una forma de pensar diferente sobre con quién te asocias:

1.   Busca consistencia, no promesas brillantes. Luis me conquistó con su carisma y sus precios bajos, pero eso no compensaba sus retrasos. Un buen partner no te deslumbra con palabras; te demuestra con hechos que puedes contar con él. Pregúntate: ¿Esta persona (o empresa) ha cumplido antes? ¿Tiene referencias sólidas? Si dudas, investiga. En la parrillada, sería como asegurarte de que el amigo del pan ya haya llegado puntual a otras citas.

2.   Prueba antes de comprometerte. Antes de firmar contratos largos o confiar ciegamente, haz una prueba. Con Luis, debí haber empezado con pedidos pequeños para ver cómo respondía. En la vida real, es como invitar a ese amigo impuntual a un café corto antes de confiarle la logística de tu cumpleaños. Si falla en lo chico, no esperes milagros en lo grande.

3.   Alinea expectativas desde el principio. Una vez reemplacé a Luis por Ana, una proveedora que no hablaba mucho pero entregaba como reloj suizo. Lo primero que hice fue sentarme con ella y decirle: “Necesito que llegues a las 9 en punto, o mi día se arruina”. Ella asintió, y desde entonces, ni un minuto tarde. Sé claro sobre lo que esperas: plazos, calidad, comunicación. Si no lo defines, te arriesgas a recibir gaseosa tibia cuando pediste champagne.

4.   Valora la actitud tanto como la habilidad. Un proveedor puede tener el mejor producto, pero si no se toma tu crecimiento en serio, te va a fallar. Ana no solo traía harina; me avisaba si encontraba una oferta o si algo podía mejorar nuestros alfajores. Busca socios que se sientan parte de tu equipo, no solo un engranaje suelto.

El final feliz (y un poco de dulce de leche)

Despedir a Luis fue duro, pero necesario. Con Ana a bordo, nuestro negocio despegó. Los clientes volvieron a sonreír, los alfajores recuperaron su gloria, y hasta mi hermana dejó de amenazar con renunciar. Una vez, mientras amasábamos, me dijo: “¿Sabés qué? Deberíamos mandarle un alfajor a Luis, a ver si aprende algo”. Nos reímos, pero en el fondo sabíamos que la lección era nuestra: elegir bien a tus socios no es un lujo, es una necesidad.

Y aquí está el mensaje final para vos, lector: no dejes que un “Luis” te frene. Ya sea en tu emprendimiento, tu trabajo o tu próxima parrillada, rodéate de gente que sume, no que reste. Porque al final, no se trata solo de cómo llegas a la meta, sino de con quién compartes el camino. Un buen partner no solo te trae el pan a tiempo; te ayuda a que la fiesta sea inolvidable.