Un sábado, hartos de improvisar sin rumbo, los
socios decidieron organizar un evento para atraer nuevos miembros: "El
Gran Día de las Macetas". La idea era simple: cada uno llevaría una planta
en maceta, la decoraría con lo que tuviera a mano y luego votarían por la más
creativa. El ganador se llevaría un juego de herramientas de jardinería. El
único inconveniente era que nadie sabía cómo empezar. "¿Quién pide permiso
al municipio para usar la plaza?", preguntó Doña Clara, la experta en
begonias. "¿Quién trae las mesas?", añadió Luis, el del cactus
rebelde que siempre se pinchaba solo. Silencio. Todos miraron sus celulares
esperando un mensaje de Don Ernesto. Nada. Finalmente, alguien dijo:
"Bueno, él es el líder, que decida". Pero Don Ernesto, fiel a su
estilo, respondió con un audio: "Qué buena idea, chicos, ¡avancen nomás!
Yo estoy regando las petunias".
El día del evento llegó, y lo que pasó fue
digno de una comedia. Doña Clara trajo tres macetas pintadas con aerosol
dorado, pero como nadie coordinó, Luis llegó con una mesa plegable rota que se
desplomó al primer viento. Marta, la del ficus, olvidó el cartel promocional
porque pensó que "otro lo haría". Y el colmo: un vecino confundido se
llevó el juego de herramientas pensando que era una donación. Al final, los
Brotes Verdes terminaron con más tierra en los zapatos que en las macetas, y el
evento fue un caos total. Esa tarde, Don Ernesto apareció por fin, oliendo a
fertilizante y con una sonrisa despreocupada: "¿Y cómo salió todo?".
La mirada de reproche colectivo fue tan intensa que hasta las plantas
parecieron marchitarse de vergüenza ajena.
Esta anécdota, aunque exagerada y con un toque
de humor, refleja una verdad que vemos todos los días: un líder que no está
presente, por más talentoso o querido que sea, deja a su equipo como un jardín
sin riego —con potencial, pero desordenado y seco—. El liderazgo activo y
cercano no es solo una cuestión de dar órdenes o tener un título bonito; es
estar ahí, en el barro, con las manos sucias y los ojos atentos. Pero, ¿por qué
pasa esto tan seguido? ¿Y qué podemos aprender de Don Ernesto y sus Brotes Verdes?
Vamos a desmenuzarlo paso a paso, con ejemplos prácticos y un poco de
reflexión, para que no solo entendamos el "cómo" del liderazgo, sino
también el "por qué" detrás de su importancia.
El liderazgo no es un sombrero que te pones y
ya
Imaginemos por un momento que el liderazgo es
como cocinar una tortilla de papas. Si sos el chef, no basta con tener la
receta en la cabeza y gritar desde el sillón: "¡Echen las papas, batan los
huevos!". Si no estás en la cocina, pelando, cortando y vigilando que no
se queme, lo más probable es que termines con una tortilla cruda por dentro y
chamuscada por fuera. Don Ernesto era así: tenía el conocimiento (su rosal
premiado lo demostraba), pero no estaba dispuesto a meterse en la cocina con su
equipo. El liderazgo activo implica presencia física y emocional, no solo un
nombre en la placa.
En la vida real, esto pasa más de lo que
pensamos. Pensá en ese jefe que manda correos desde una oficina cerrada, pero
nunca se sienta con el equipo a resolver un problema. O en el papá que dice
"portate bien" desde el celular, pero no juega con sus hijos para
mostrarles cómo se hace. La ausencia crea un vacío, y los vacíos se llenan con
confusión, como en el Gran Día de las Macetas. La lección es clara: liderar no
es delegar todo y desaparecer; es guiar con el ejemplo, estar cerca y ajustar el
rumbo cuando hace falta.
¿Por qué la cercanía importa tanto?
Volvamos a los Brotes Verdes. Si Don Ernesto
hubiera estado en las reuniones, habría visto que Doña Clara necesitaba ayuda
con las macetas pesadas, que Luis no sabía armar una mesa decente y que Marta
era un desastre con las fechas límite. Un líder cercano conoce a su equipo, no
solo sus nombres, sino sus fortalezas y sus torpezas. Esa conexión no se logra
por WhatsApp ni con discursos grandilocuentes; se construye en el día a día,
con preguntas simples como "¿En qué te puedo ayudar?" o "Contame
cómo lo estás viendo".
Pensemos en un ejemplo más serio: una empresa
que lanza un producto nuevo. El gerente está "muy ocupado" en
reuniones de alto nivel y deja al equipo de ventas solo con una presentación en
PowerPoint. Cuando las ventas fallan, el gerente se sorprende: "¿Qué
pasó?". Si hubiera estado en el terreno, hablando con los vendedores y
escuchando a los clientes, habría notado que el producto tenía un defecto obvio
o que el precio no era competitivo. La cercanía no es solo para sentirse bien;
es una herramienta práctica que evita desastres.
El humor como espejo: reírnos para aprender
El fiasco de las macetas tiene su gracia
porque nos vemos reflejados. ¿Quién no ha sido alguna vez un Don Ernesto,
esquivando responsabilidades con excusas floridas? O, al revés, ¿quién no ha
sufrido a un líder ausente y terminado improvisando con una mesa rota? El humor
nos ayuda a bajar la guardia y mirar el problema sin tanto drama. Pero detrás
de las risas hay una verdad seria: el liderazgo activo no es opcional. Sin él,
los equipos se desmoronan, los proyectos fracasan y las plantas, literal o metafóricamente,
se mueren.
Cómo ser un líder presente (sin volverte loco)
Entonces, ¿qué hacemos? No se trata de estar
24/7 encima de todos —eso sería agotador y contraproducente—. La clave está en
encontrar un equilibrio entre guiar y confiar. Acá van algunos consejos
prácticos, inspirados en lo que Don Ernesto no hizo:
1.
Mostrate disponible: No hace falta que estés en cada detalle, pero dejá claro que estás ahí
para cuando te necesiten. Una llamada, un "pasá por mi oficina" o un
rato en la plaza con el equipo marcan la diferencia.
2.
Escuchá de verdad: Si los Brotes Verdes hubieran tenido cinco minutos con Don Ernesto,
habrían organizado mejor el evento. Preguntá, observá y ajustá el plan según lo
que ves.
3.
Ensuciate las manos: A veces, liderar es bajar al terreno y hacer el trabajo sucio. Si Don
Ernesto hubiera pintado una maceta o cargado una mesa, habría inspirado a los
demás.
4.
Dá el ejemplo: La gente sigue lo que ve, no lo que oye. Si querés compromiso,
comprometete vos primero.
El "por qué" detrás de todo esto
Liderar activamente no es solo para que las
cosas salgan bien; es para que las personas crezcan. Cuando un líder está
presente, el equipo no solo logra metas, sino que aprende a resolver problemas,
a confiar en sí mismo y a trabajar mejor. Don Ernesto pudo haber convertido a
los Brotes Verdes en un club legendario, pero eligió sus petunias. El "por
qué" del liderazgo cercano es simple: porque la gente no sigue ideas,
sigue personas. Y si no estás ahí, ¿a quién van a seguir?
Al final, los Brotes Verdes sobrevivieron al
desastre de las macetas. Don Ernesto, avergonzado, empezó a aparecer más
seguido, y el club hasta ganó un premio local por un jardín comunitario. Pero
la lección quedó: un líder ausente es como un jardinero que nunca riega. Puede
tener las mejores intenciones, pero sin su presencia, nada crece.