EL LIDER AUSENTE

Había una vez en un pequeño pueblo un club de jardinería amateur llamado "Los Brotes Verdes". Era un grupo modesto pero entusiasta, compuesto por vecinos que se reunían los sábados por la mañana para intercambiar consejos, compartir semillas y, de paso, disfrutar de un café con medialunas. El club tenía un líder, Don Ernesto, un hombre de bigote impecable y sombrero de paja que había sido elegido presidente por unanimidad. Todos lo admiraban porque, según decían, "sabía todo sobre plantas". El problema era que Don Ernesto rara vez aparecía por las reuniones. "Estoy ocupado podando mi rosal premiado", decía por WhatsApp, o "Hoy no puedo, tengo que fertilizar el césped". Los Brotes Verdes lo querían tanto que lo disculpaban siempre, pero con el tiempo, el club empezó a parecerse más a un jardín descuidado que a una comunidad floreciente.

Un sábado, hartos de improvisar sin rumbo, los socios decidieron organizar un evento para atraer nuevos miembros: "El Gran Día de las Macetas". La idea era simple: cada uno llevaría una planta en maceta, la decoraría con lo que tuviera a mano y luego votarían por la más creativa. El ganador se llevaría un juego de herramientas de jardinería. El único inconveniente era que nadie sabía cómo empezar. "¿Quién pide permiso al municipio para usar la plaza?", preguntó Doña Clara, la experta en begonias. "¿Quién trae las mesas?", añadió Luis, el del cactus rebelde que siempre se pinchaba solo. Silencio. Todos miraron sus celulares esperando un mensaje de Don Ernesto. Nada. Finalmente, alguien dijo: "Bueno, él es el líder, que decida". Pero Don Ernesto, fiel a su estilo, respondió con un audio: "Qué buena idea, chicos, ¡avancen nomás! Yo estoy regando las petunias".

El día del evento llegó, y lo que pasó fue digno de una comedia. Doña Clara trajo tres macetas pintadas con aerosol dorado, pero como nadie coordinó, Luis llegó con una mesa plegable rota que se desplomó al primer viento. Marta, la del ficus, olvidó el cartel promocional porque pensó que "otro lo haría". Y el colmo: un vecino confundido se llevó el juego de herramientas pensando que era una donación. Al final, los Brotes Verdes terminaron con más tierra en los zapatos que en las macetas, y el evento fue un caos total. Esa tarde, Don Ernesto apareció por fin, oliendo a fertilizante y con una sonrisa despreocupada: "¿Y cómo salió todo?". La mirada de reproche colectivo fue tan intensa que hasta las plantas parecieron marchitarse de vergüenza ajena.

Esta anécdota, aunque exagerada y con un toque de humor, refleja una verdad que vemos todos los días: un líder que no está presente, por más talentoso o querido que sea, deja a su equipo como un jardín sin riego —con potencial, pero desordenado y seco—. El liderazgo activo y cercano no es solo una cuestión de dar órdenes o tener un título bonito; es estar ahí, en el barro, con las manos sucias y los ojos atentos. Pero, ¿por qué pasa esto tan seguido? ¿Y qué podemos aprender de Don Ernesto y sus Brotes Verdes? Vamos a desmenuzarlo paso a paso, con ejemplos prácticos y un poco de reflexión, para que no solo entendamos el "cómo" del liderazgo, sino también el "por qué" detrás de su importancia.

El liderazgo no es un sombrero que te pones y ya

Imaginemos por un momento que el liderazgo es como cocinar una tortilla de papas. Si sos el chef, no basta con tener la receta en la cabeza y gritar desde el sillón: "¡Echen las papas, batan los huevos!". Si no estás en la cocina, pelando, cortando y vigilando que no se queme, lo más probable es que termines con una tortilla cruda por dentro y chamuscada por fuera. Don Ernesto era así: tenía el conocimiento (su rosal premiado lo demostraba), pero no estaba dispuesto a meterse en la cocina con su equipo. El liderazgo activo implica presencia física y emocional, no solo un nombre en la placa.

En la vida real, esto pasa más de lo que pensamos. Pensá en ese jefe que manda correos desde una oficina cerrada, pero nunca se sienta con el equipo a resolver un problema. O en el papá que dice "portate bien" desde el celular, pero no juega con sus hijos para mostrarles cómo se hace. La ausencia crea un vacío, y los vacíos se llenan con confusión, como en el Gran Día de las Macetas. La lección es clara: liderar no es delegar todo y desaparecer; es guiar con el ejemplo, estar cerca y ajustar el rumbo cuando hace falta.

¿Por qué la cercanía importa tanto?

Volvamos a los Brotes Verdes. Si Don Ernesto hubiera estado en las reuniones, habría visto que Doña Clara necesitaba ayuda con las macetas pesadas, que Luis no sabía armar una mesa decente y que Marta era un desastre con las fechas límite. Un líder cercano conoce a su equipo, no solo sus nombres, sino sus fortalezas y sus torpezas. Esa conexión no se logra por WhatsApp ni con discursos grandilocuentes; se construye en el día a día, con preguntas simples como "¿En qué te puedo ayudar?" o "Contame cómo lo estás viendo".

Pensemos en un ejemplo más serio: una empresa que lanza un producto nuevo. El gerente está "muy ocupado" en reuniones de alto nivel y deja al equipo de ventas solo con una presentación en PowerPoint. Cuando las ventas fallan, el gerente se sorprende: "¿Qué pasó?". Si hubiera estado en el terreno, hablando con los vendedores y escuchando a los clientes, habría notado que el producto tenía un defecto obvio o que el precio no era competitivo. La cercanía no es solo para sentirse bien; es una herramienta práctica que evita desastres.

El humor como espejo: reírnos para aprender

El fiasco de las macetas tiene su gracia porque nos vemos reflejados. ¿Quién no ha sido alguna vez un Don Ernesto, esquivando responsabilidades con excusas floridas? O, al revés, ¿quién no ha sufrido a un líder ausente y terminado improvisando con una mesa rota? El humor nos ayuda a bajar la guardia y mirar el problema sin tanto drama. Pero detrás de las risas hay una verdad seria: el liderazgo activo no es opcional. Sin él, los equipos se desmoronan, los proyectos fracasan y las plantas, literal o metafóricamente, se mueren.

Cómo ser un líder presente (sin volverte loco)

Entonces, ¿qué hacemos? No se trata de estar 24/7 encima de todos —eso sería agotador y contraproducente—. La clave está en encontrar un equilibrio entre guiar y confiar. Acá van algunos consejos prácticos, inspirados en lo que Don Ernesto no hizo:

1.   Mostrate disponible: No hace falta que estés en cada detalle, pero dejá claro que estás ahí para cuando te necesiten. Una llamada, un "pasá por mi oficina" o un rato en la plaza con el equipo marcan la diferencia.

2.   Escuchá de verdad: Si los Brotes Verdes hubieran tenido cinco minutos con Don Ernesto, habrían organizado mejor el evento. Preguntá, observá y ajustá el plan según lo que ves.

3.   Ensuciate las manos: A veces, liderar es bajar al terreno y hacer el trabajo sucio. Si Don Ernesto hubiera pintado una maceta o cargado una mesa, habría inspirado a los demás.

4.   Dá el ejemplo: La gente sigue lo que ve, no lo que oye. Si querés compromiso, comprometete vos primero.

El "por qué" detrás de todo esto

Liderar activamente no es solo para que las cosas salgan bien; es para que las personas crezcan. Cuando un líder está presente, el equipo no solo logra metas, sino que aprende a resolver problemas, a confiar en sí mismo y a trabajar mejor. Don Ernesto pudo haber convertido a los Brotes Verdes en un club legendario, pero eligió sus petunias. El "por qué" del liderazgo cercano es simple: porque la gente no sigue ideas, sigue personas. Y si no estás ahí, ¿a quién van a seguir?

Al final, los Brotes Verdes sobrevivieron al desastre de las macetas. Don Ernesto, avergonzado, empezó a aparecer más seguido, y el club hasta ganó un premio local por un jardín comunitario. Pero la lección quedó: un líder ausente es como un jardinero que nunca riega. Puede tener las mejores intenciones, pero sin su presencia, nada crece.