LAS REDES SOCIALES

 

Déjame contarte una historia que me pasó hace un par de años, una de esas situaciones cotidianas que te hacen reír, pero que al final te dejan pensando. Todo empezó un sábado por la mañana, cuando mi vecino Luis —un tipo bonachón, pero con la sutileza de un elefante en una cristalería— decidió que era el momento perfecto para montar su propio puesto de limonada en el barrio. Sí, como esos niños de las películas gringas, pero con Luis era diferente: él tenía 45 años, un bigote que parecía un cepillo y una obsesión por demostrar que podía "emprender" algo desde cero. Yo, por mi parte, también había estado jugando con la idea de vender algo casero —digamos, unos alfajores rellenos de dulce de leche que mi abuela me enseñó a hacer— y pensé: "¿Por qué no? Total, es solo un sábado tranquilo".

Así que ahí estábamos los dos, cada uno con su mesita plegable, un cartel escrito a mano y una jarra llena de ambición. Mi cartel decía "Alfajores caseros: $1 cada uno", simple y directo. El de Luis, en cambio, era un caos: "Limonada del Bigotón: fresca, ácida y barata (o no tanto)". No tenía ni idea de cómo iba a vender algo con ese mensaje, pero él estaba convencido de que su carisma iba a ser suficiente. Spoiler: no lo fue. Al menos, no al principio.

La mañana empezó pareja. Algunos vecinos curiosos se acercaron, probaron mis alfajores, me dieron un par de cumplidos y se fueron con una sonrisa. Luis, mientras tanto, gritaba como vendedor de mercado: "¡Limonada pa’l calor, señores, no sean tímidos!". Logró vender unas pocas, pero la mayoría lo miraba como si estuviera loco y seguía de largo. A mediodía, yo había vendido unos diez alfajores y él apenas cuatro vasos. "Esto es pan comido", pensé, literalmente. Pero entonces, todo cambió.

Luis sacó su celular, ese ladrillo viejo que parecía sacado de un museo, y empezó a grabarse. "¡Miren, gente del barrio, el Bigotón tiene limonada pa’ todos! Si no vienen, se lo pierden, eh", dijo, haciendo un zoom torpe a su jarra medio llena. Subió el video a Instagram —sí, Luis tenía Instagram, quién lo diría— y en cosa de minutos, empezó a pasar algo raro. La gente del barrio, que hasta ese momento lo ignoraba, comenzó a aparecer. Primero fue Doña Rosa, la chismosa oficial de la cuadra, que llegó diciendo: "Vi tu video, Luis, qué gracioso estabas". Luego vinieron los chicos de la esquina, que compartieron el video en sus historias con un "Jaja, el Bigotón está en algo". Para las tres de la tarde, Luis tenía una fila de clientes y yo… bueno, yo seguía con mi mesita solitaria y un par de alfajores aplastados por el sol.

¿Qué demonios había pasado? Mientras yo me rascaba la cabeza, Luis me guiñó un ojo y dijo: "Es el poder de las redes, amigo. Hay que estar donde está la gente". Y aunque me dolió admitirlo, el tipo tenía razón. Yo me había quedado en el mundo analógico, confiando en que mi producto "se vendiera solo", mientras Luis, con su limonada mediocre y su bigote desprolijo, había entendido algo que yo no: hoy en día, no basta con tener algo bueno que ofrecer; hay que saber cómo y dónde mostrarlo.

 

El trasfondo: ¿Por qué las redes sociales marcan la diferencia?

Esta anécdota del Bigotón no es solo una historia graciosa para reírnos de mi derrota alfajoril. Es una metáfora perfecta de lo que pasa en el mundo real, especialmente en los negocios y la competencia moderna. Vivimos en una era donde la presencia digital no es un lujo, sino una necesidad. Y no hablo solo de grandes empresas con presupuestos millonarios; hablo de emprendedores como Luis, de pymes, de cualquiera que tenga algo que ofrecer y quiera que lo vean.

Imagina que el barrio es el mercado y que las mesas de Luis y la mía son dos negocios compitiendo por atención. Mi estrategia fue la clásica: hacer un buen producto y esperar que la gente se diera cuenta. Es como poner un cartel en la ventana de tu casa y cruzar los dedos para que alguien pase por ahí. Luis, en cambio, fue directo a la plaza del pueblo —o en este caso, a Instagram— y gritó su mensaje donde sabía que lo iban a escuchar. Eso es lo que las redes sociales hacen por vos: te dan un megáfono y, si lo usás bien, te aseguran que tu voz llegue más lejos que cualquier cartel escrito a mano.

Según datos recientes, más del 60% de las personas descubren productos y servicios a través de plataformas como Instagram, TikTok o X. No es casualidad: estas redes no solo te permiten mostrar lo que hacés, sino también conectar con la gente de una manera personal y directa. Luis no solo vendió limonada; vendió su personalidad, su humor, su "Bigotón". Y eso es clave: en un mundo lleno de opciones, la gente no solo compra productos, compra historias, emociones, autenticidad.

 

La lección del Bigotón: Cómo hacerlo bien

Entonces, ¿qué podemos aprender de este desastre de sábado? Aquí van algunas buenas prácticas, explicadas como si estuviéramos charlando en la vereda con un mate en la mano:

  1. Estar donde está la gente: No importa cuán rico sea tu alfajor o cuán fresca tu limonada, si no te ven, no existís. Las redes sociales son como el boca a boca de antes, pero turboalimentado. Si tus clientes están en TikTok haciendo bailes raros o en X discutiendo política, ahí es donde tenés que aparecer. Por ejemplo, una panadería local podría subir videos cortos mostrando cómo amasan el pan, con una música pegajosa de fondo. En dos días, tendrías a medio barrio pidiendo medialunas.
  2. Mostrate humano, no perfecto: Luis no tenía la limonada más sofisticada ni el puesto más prolijo, pero fue auténtico. La gente se rió con él, no de él. En redes, no hace falta que todo sea impecable; a veces, un video casero con un chiste tonto conecta más que un comercial caro. Pensá en esas marcas que responden memes en X o suben bloopers de sus empleados: eso genera cercanía.
  3. Contá una historia: Mi error fue quedarme en el "qué" (alfajores ricos) sin explicar el "por qué" (la receta de mi abuela, el amor que le ponía). Luis, sin querer, contó una historia: la del Bigotón que se anima a emprender y no le importa hacer el ridículo. Las redes sociales son un escenario para narrar quién sos y por qué deberían elegirte. Por ejemplo, una tienda de ropa podría mostrar cómo elige sus telas o cómo una clienta usó una remera para una cita especial.
  4. Interactuá, no solo hables: Luis no solo subió su video y se sentó a esperar; respondió comentarios, agradeció a Doña Rosa en vivo y hasta le mandó un saludo a los chicos de la esquina. Las redes no son un monólogo, son una conversación. Si alguien te escribe "qué pinta tiene ese alfajor", no contestes solo "gracias"; decile "¡vení a probarlo y me contás!". Eso construye comunidad.

 

El "por qué" detrás del "cómo"

Ahora, ¿por qué importa todo esto? Porque el mundo cambió. Antes, la competencia era el negocio de la esquina; hoy, es cualquier persona con un celular y una idea. Si no estás en el juego digital, alguien más lo estará. Volviendo al barrio, si yo hubiera subido una foto de mis alfajores con un "hechos con la receta de mi abuela, solo por hoy $1", quizás habría empatado el partido. Pero me quedé en el pasado, confiando en que el boca a boca tradicional me salvaría. No lo hizo.

La presencia digital no es solo una herramienta; es una mentalidad. Se trata de entender que tus clientes no están esperando que los encuentres: están buscando algo que los sorprenda, los divierta o les resuelva un problema. Y si no sos vos quien aparece en su pantalla, será Luis con su limonada tibia y su bigote parlante.

 

El final de la anécdota

Al final de ese sábado, Luis terminó vendiendo toda su jarra y yo me quedé con media docena de alfajores que terminé regalándole a mi sobrino. Pero no todo fue pérdida: esa noche, mientras comía uno de los sobrevivientes, abrí Instagram y subí mi primera foto. "Alfajores caseros, receta de la abuela. Próximo sábado, nueva tanda". No era gran cosa, pero al día siguiente ya tenía diez likes y un comentario de Doña Rosa: "Esos los quiero probar yo". Sonreí. Quizás el Bigotón me había ganado la batalla, pero la guerra digital apenas empezaba.

Así que, amigo lector, la próxima vez que tengas algo que ofrecer —sea limonada, alfajores o una idea brillante—, no te quedes sentado esperando que te encuentren. Salí a las redes, contá tu historia y hacé que te vean. Porque en este mundo, no gana el que tiene el mejor producto, sino el que sabe cómo ponerlo frente a los ojos correctos.